¿Guías alimentarias o guerras comerciales? El trasfondo del informe 2025

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Por Abril Peña

Las nuevas recomendaciones del Comité Asesor de las Guías Alimentarias de Estados Unidos (DGAC 2025) llegan con un giro que ha sorprendido a muchos: las legumbres pasan a ser la proteína prioritaria, los aceites vegetales industriales se reafirman como las grasas “saludables”, y la carne roja es empujada al último lugar, junto con aves y huevos.

A primera vista, parece un avance en salud pública. Pero detrás de estos cambios se libra una batalla silenciosa de intereses económicos y geopolíticos. Y es que las guías alimentarias más influyentes del mundo no solo dictan lo que comen los estadounidenses: también impactan políticas de nutrición, compras públicas, etiquetados, acuerdos de comercio y tendencias de consumo a nivel global.

Los bandos en disputa

El lobby agrícola

Los grandes productores de soya, maíz, trigo y legumbres celebran.

Colocar a los frijoles y lentejas como proteína número uno impulsa su valor en el mercado mundial.

El énfasis en aceites vegetales líquidos (canola, soya, maíz) protege una industria de miles de millones, aunque muchos cuestionan sus efectos inflamatorios y el alto nivel de procesamiento.

El lobby cárnico y lácteo

Por décadas lograron suavizar ataques directos a la carne roja.

En 2015 tumbaron un intento de recomendar su reducción explícita.

Hoy, pierden terreno: se equipara carne fresca con carne procesada, borrando distinciones claves.

La industria de ultraprocesados

Respira tranquila: el límite de azúcares añadidos sigue en 10 % de calorías diarias, cuando el propio comité sugería bajarlo a 6 %.

Una victoria indirecta que les permite seguir vendiendo cereales refinados y bebidas azucaradas bajo el paraguas de “consumo moderado”.

La ciencia independiente y la salud pública

Gana en algunos puntos (más agua, menos azúcar, más granos integrales).

Pero sus recomendaciones más disruptivas vuelven a diluirse bajo la presión política y económica.

Impacto global de estas guías

Las Guías Alimentarias de EE.UU. son referencia para organismos internacionales y gobiernos de todo el mundo. Sus efectos se expanden en varias direcciones:

Comercio internacional

Al priorizar legumbres y aceites vegetales, se fortalecen cadenas de exportación desde América Latina, Canadá, India y África.

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Políticas públicas

Los programas de alimentación escolar, hospitales y subsidios en EE.UU. —que mueven miles de millones— se ajustarán a estas guías.

Lo mismo ocurre en organismos multilaterales (FAO, OMS, Banco Mundial), que replican estas directrices en proyectos de nutrición en países en desarrollo.

Consumo y marketing

Marcas de alimentos globales ya preparan campañas para vender productos “plant-based” como si fueran la única opción saludable.

Se refuerza la tendencia mundial hacia dietas basadas en plantas, aunque muchas veces detrás se esconda ultraprocesamiento con etiquetas verdes.

Agendas climáticas y sostenibilidad

El discurso ambiental también juega un papel: reducir carne roja se asocia con disminuir emisiones de metano.

Sin embargo, poco se habla del impacto ambiental de monocultivos intensivos de soya y maíz, ni de los pesticidas que envenenan suelos y aguas.

El problema de fondo

Más allá de lo que dicen los titulares, las nuevas guías dejan preguntas abiertas:

¿Se pueden equiparar carnes frescas y carnes procesadas?

¿Es coherente promover aceites de canola o maíz, altamente refinados y con cuestionamientos por inflamación crónica?

¿Qué tan saludables son granos y legumbres cultivados en sistemas de monocultivo llenos de pesticidas y fertilizantes químicos?

¿No se está idealizando lo “plant-based” como sinónimo automático de salud, ignorando que la calidad y el origen de los alimentos importan tanto como la categoría?

En apariencia, las Guías Alimentarias 2025 buscan orientar hacia una dieta más saludable y sostenible. Pero en la práctica, reflejan una victoria del lobby agrícola sobre el cárnico, dentro de una guerra económica disfrazada de ciencia nutricional.

El ciudadano común recibe recomendaciones que parecen neutrales, pero que en realidad responden a presiones de mercado y a estrategias geopolíticas. Mientras tanto, la brecha entre lo que dice la ciencia independiente y lo que dictan las instituciones oficiales sigue creciendo.

Lo que está en juego no es solo qué ponemos en el plato, sino quién controla la narrativa mundial sobre la alimentación. Y en esta ocasión, todo indica que ganó el campo de la siembra sobre el de la ganadería, aunque la salud de la gente —y del planeta— quede aún en discusión.







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