“Sobre los primeros franciscanos que llegaron al Caribe hay algunos puntos oscuros por carencia de información, pero hay otros que han sido oscurecidos -por no decir manchados- debido a que la información sobre ellos se ha dado fuera de foco. A causa de esta distorsión de sus figuras, los hijos de San Francisco que actuaron en las Antillas durante los primeros años de la colonización han sido acusados de culpable indiferencia hacia los indígenas y de vergonzosa confabulación con los opresores de estos”.
Las aseveraciones fueron publicadas por el franciscano Mariano Errasti en su libro “Los primeros franciscanos en América. Isla Española, 1492-1520”, para contrarrestar versiones repetidas que acusan a esos religiosos de haber tomado partido a favor de los españoles en el Nuevo Mundo, por un lado y que, por otro, atribuyen a fray Antón de Montesinos la primacía en la denuncia de abusos cometidos contra los indígenas, la cual correspondió a los franciscanos.
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Se trata de un misionero nacido en el País Vasco, que residió en República Dominicana muchos años. Vehemente investigador, con estudios en Roma y Madrid, dedicó parte de su vida a documentarse en el Archivo General de Indias.
El también franciscano Jit Manuel Castillo de la Cruz trae su nombre y sus indagaciones al enfocar la presencia pionera de los franciscanos, citando a su vez, a otros cronistas que han ponderado la labor de Errasti, como Manuel García Arévalo, quien resalta la serenidad y el equilibro con que aborda el tema.
Castillo reitera que la fuente de esas distorsiones hay que buscarla “en los acentos que el padre Las Casas introduce en su “Historia de las indias” para resaltar las figuras de los dominicos”.
“Pero las actuales investigaciones históricas han permitido calibrar de un modo más objetivo las opiniones de Las Casas”, expresa. Esos nuevos trabajos, afirma, han permitido valorar a los franciscanos de un modo más objetivo y positivo, permitiendo apreciar “las contradicciones que se encuentran en ese texto respecto a la intervención de los franciscanos en la lucha indigenista”.
Remite a la documentación existente en el Archivo Ibero-Americano o The Américas, así como a la “Bibliografía Hispanoamericana”, de Manuel de Castro; las investigaciones arqueológicas de Marcio Veloz Maggiolo y Elpidio Ortega; a “Los dominicos y la Encomienda de Indias en la Española”, de José Torrubia; “Crónica de la Provincia Franciscana de Santa Cruz de la Española y Caracas”, y a Lino Gómez Canedo en el Anuario de estudios americanos, de 1926, y en “La educación de los marginados de la época colonial”.
“De estos trabajos se deduce que entre quienes llegan a la Isla Española en el segundo viaje de Colón, en 1493, con la misión de garantizar la tarea evangelizadora de los indígenas, se cuentan el sacerdote Bernardo Boil, Delegado Pontificio; el ermitaño catalán Ramón Pané y los hermanos franciscanos belgas Juan de la Deule y Juan de Cosin o Tisin y algunos clérigos mercedarios”.
Agrega que “tanto Bartolomé de Las Casas como Glassberger hacen referencia a la labor evangelizadora de estos dos frailes, primeros en llegar al Nuevo Mundo, aprender las lenguas de los indígenas y estudiar su cultura”.
Significa que la documentación sobre su arribo es abundante y a estos añade los frailes Juan de Trasierra y Juan de Robles, que vinieron en 1499. “En el Archivo de Indias se conserva una carta del 12 de octubre de 1500 que escriben al cardenal Cisneros dando cuenta del maltrato que se daba a los indígenas, manifestando: “esto es inaceptable”. La carta “antecede unos 11 años al Sermón de Montesinos”.
Otras denuncias. Según fray Jit, están documentadas, además, denuncias de dominicos y franciscanos entre 1516 y 1517. “Incluso, Las Casas da testimonio de las posiciones de franciscanos radicales en la defensa de los indígenas, como fray Tomás Infante y fray Francisco de San Román, además de destacar la figura de los frailes Pedro Mejía de Trillo y Remigio de Faulx, maestro del cacique Enriquillo”. Se remonta a época más reciente y refiere la labor del franciscano puertorriqueño Antonio Bonilla, mentor de Juan Pablo Duarte.
El acucioso sacerdote coincide con García Arévalo al desear que “en beneficio de la verdad histórica” y de la correcta interpretación de los hechos y sus circunstancias, y basados en las pruebas de Mariano Errasti, se enmiende “la imagen distorsionada que sobre la actuación de los franciscanos en los inicios de la época colonial ha proyectado la mayoría de los que han publicado de esta materia, igual que los profesores de historia”.