La mente suprema no podía usar un método más inteligente y menos cruel para salvar a la humanidad que la misma cruz que idearon los bárbaros e imitaron griegos y romanos. ¿No podía? Pues nunca fue asunto de sabiduría, sino de cumplir toda justicia. Ni toda la sabiduría universal consolidada podría pagar lo que el precio de su sangre para borrar el pecado. Se requeriría de todo el valor y el amor para no dimitir cuando nadie comprendiera el plan del cielo, el costo del rescate y el inconmensurable sacrificio del rescatista. Dios decidió amarnos desde el cielo, amarnos por siempre, aún desde una cruz, allí expresó un amor superior a todos los pecados, los errores, las afrentas, a toda vergüenza y a todo dolor. Su amor es nuestra paz.