El granjero Huanchun Cao, de 72 años, reacciona con una carcajada cuando le preguntamos por su pensión.
Fuma de su cigarrillo liado a mano, frunce el ceño y ladea la cabeza dando a entender que la pregunta es absurda. “No, no tenemos pensión“, afirma, mirando a la mujer con la que lleva casado más de 45 años.
Cao pertenece a una generación que presenció el nacimiento de la China comunista y, al igual que su país, ha envejecido antes de hacerse rico.
Como muchos trabajadores rurales y migrantes, no tiene más remedio que seguir trabajando y ganándose el jornal, ya que carece de cobertura del sistema de seguridad social.
Una economía en desaceleración, beneficios estatales cada vez más reducidos y décadas de política de hijo único han creado una progresiva crisis demográfica en la China de Xi Jinping.
La reserva de pensiones se está agotando y al país se le acaba el tiempo para crear un fondo que permita atender al creciente número de personas mayores.
En la próxima década abandonarán la fuerza laboral china unos 300 millones de personas que actualmente tienen entre 50 y 60 años, el grupo de edad más numeroso del país, casi equivalente al total de la población estadounidense.
¿Quién cuidará de ellas? La respuesta depende de a dónde vayas y a quién le preguntes.
Los ancianos en la China rural
Cao y su esposa viven en la provincia nororiental de Liaoning, el antiguo corazón industrial de China.
Vastas extensiones de tierras de cultivo y colinas minadas rodean la ciudad principal de Shenyang, en cuyo horizonte se combinan las columnas de humo de las fundiciones con algunos de los lugares históricos mejor conservados de la dinastía Qing.
Aquí casi una cuarta parte de la población tiene 65 años o más. Cada vez más adultos en edad de trabajar abandonan el centro neurálgico de las industrias pesadas en busca de mejores empleos en ciudades más grandes.
Los hijos de Cao también se han mudado, pero todavía están lo suficientemente cerca como para visitar a sus padres con frecuencia.
“Creo que solo podré seguir haciendo esto otros cuatro o cinco años”, confiesa Cao, tras regresar con su esposa de recolectar leña.
Dentro de su casa, las llamas arden bajo un calentador llamado “kang”, que es su principal fuente de calor.
“En cinco años, si todavía me siento fuerte, tal vez pueda caminar solo. Pero si estoy débil quizá tenga que quedarme en la cama. Eso es todo. Se acabó. Supongo que me convertiré en una carga para mis hijos. Ellos tendrán que cuidar de mí”, reflexiona.
Ese no es el futuro que desea Guohui Tang, de 55 años.
Su marido tuvo un accidente en una obra de construcción y se le agotaron los ahorros pagando la educación universitaria de su hija.
Tang, que era operaria de excavadoras, vio en el cuidado de personas mayores una oportunidad para financiar su propia vejez: abrió una pequeña residencia de ancianos a una hora de Shenyang.
En la parte trasera de su casa de una sola planta rodeada de plantaciones, los cerdos y los gansos le dan la bienvenida con sonidos guturales.
Tang cultiva alimentos para mantener a sus seis residentes. Los animales no son mascotas, también son parte del menú.
Señala a un grupo de cuatro ancianos que juegan a las cartas bajo el sol junto al pequeño invernadero.
“Mira a ese hombre de 85 años. No tiene pensión y depende exclusivamente de su hijo y su hija; su hijo paga un mes, su hija el siguiente… pero ellos también necesitan vivir”.
A ella también le preocupa tener que depender de su única hija: “Ahorro para mi futura pensión todos los meses, aunque eso signifique no poder permitirme comer ni beber”.
La bomba de tiempo
Durante generaciones, China ha dependido de la piedad filial para llenar los vacíos en el cuidado de las personas mayores. Era el deber de un hijo o una hija cuidar de sus padres ancianos.
Pero hoy hay menos descendientes en quienes los padres puedan confiar su retiro; una de las razones es el mandato de “un solo hijo” que impidió a las parejas tener dos o más descendientes entre 1980 y 2015.
Con el rápido crecimiento económico los jóvenes también se han alejado de sus padres, dejando a un número cada vez mayor de personas mayores que deben cuidar de sí mismas o depender de asignaciones del gobierno.
Pero el fondo de pensiones podría quedarse sin dinero para 2035, según estimó la estatal Academia de Ciencias de China en 2019, antes de que los cierres de la pandemia golpearan duramente a la economía china.
El país asiático también podría verse obligado a aumentar la edad de jubilación, una propuesta que ha estado sobre la mesa durante años, ya que tiene una de las más bajas del mundo: 60 años para los hombres, 55 años para las mujeres con trabajo de oficina y 50 años para las obreras.
Pero los economistas creen que esto sería solo una pequeña corrección para la crisis que, según expertos, podría llegar en 25 años si no se toman medidas.
Mientras tanto, cada vez más personas mayores dependen completamente de sus pensiones.
Las clases medias urbanas
“Bienvenidos a mi casa”, me saluda Feng, una anciana de 78 años que prefiere identificarse solo con su apellido.
Es difícil seguirle el ritmo mientras corre por el pasillo para advertir a su marido que hay invitados de camino a su habitación en la residencia donde vive.
La clase de ejercicio de la mañana, que pasó entre risas y chismes con sus amigos, acaba de terminar.
El centro se construyó para albergar a más de 1.300 residentes, y unos 20 jóvenes voluntarios viven aquí de forma gratuita a cambio de cuidar a algunos de los ancianos.
Empresas privadas financian parcialmente el centro, aliviando la presión sobre el gobierno local.
Este es un experimento con el que los líderes chinos buscan soluciones al envejecimiento de la nación. Proyectos como este son posibles en la ciudad sureña de Hangzhou.
Es un mundo diferente al de Liaoning: los nuevos y brillantes edificios que están surgiendo albergan empresas tecnológicas como Alibaba y Ant, convirtiendo a la ciudad en un imán para jóvenes emprendedores ambiciosos.
Los Feng llevan aquí ocho años. La residencia parece acogedora y hay muchas cosas que hacer, desde gimnasia y tenis de mesa hasta canto y teatro.
“Es muy importante poder terminar la última parte de la vida en un buen lugar”, afirma Feng. Ella y su marido llevan casados más de 50 años. Fue amor a primera vista, aseguran.
Cuando su nieto se graduó de la escuela secundaria, decidieron que su misión se había completado.
“Pocas personas de nuestra edad piensan como nosotros”, comenta la anciana.
Y agrega: “Nos preocupamos más por disfrutar de la vida. Quienes no están de acuerdo piensan que es innecesario pagar mucho dinero para vivir aquí si tienen su propia casa”.
Pero ella confiesa que tiene una mente más abierta: “Lo pensé bien. Acabo de regalarle mi casa a mi hijo. Ahora lo único que necesitamos son nuestras pensiones”.
Una inversión poco rentable
La habitación de la pareja en la residencia cuesta alrededor de 2.000 yuanes al mes (US$275).
Como ex empleados de empresas estatales, ambos tienen una pensión suficiente para cubrir el coste.
Su pensión es mucho más alta que la media en China, que era de alrededor de 170 yuanes al mes (US$23,50) en 2020, según la Organización Internacional del Trabajo de la ONU.
Pero incluso albergando a clientes con pensiones decentes, la residencia tiene pérdidas; el director afirma que este tipo de centros tienen un alto coste inicial y tardan en dar beneficios.
Pekín ha estado presionando a las empresas privadas para que construyan infraestructuras para el cuidado de personas mayores con el fin de llenar los vacíos que dejan los endeudados gobiernos locales.
Pero, ¿seguirán invirtiendo si es tan difícil obtener ganancias?
Otros países de Asia Oriental, como Japón, también tratan de recaudar fondos para atender al elevado número de mayores; pero Japón ya era rico cuando pasó a tener una de las poblaciones más envejecidas del mundo.
China, sin embargo, está envejeciendo rápidamente sin esa ventaja y por eso muchas personas mayores se ven obligadas a buscar su propio camino a una edad en la que deberían estar planificando su jubilación.
La “economía de cabellos plateados”
Shuishui, de 55 años, encontró una nueva vocación en la llamada “economía de los cabellos plateados”, un intento de aprovechar el poder adquisitivo de las personas mayores de clase media.
“Pienso que lo que podemos hacer es intentar influir en las personas que nos rodean para que sean más positivas y sigan aprendiendo. Todos pueden tener diferentes niveles de ingresos familiares pero, sean cuales sean las circunstancias en las que te encuentres, es mejor tratar de ser positivos”, afirma.
Shuishui sabe que forma parte de un grupo privilegiado en China, pero está decidida a esperar lo mejor. La ex empresaria se estrena ahora como modelo.
En las soleadas orillas del Gran Canal de Hangzhou ella y otras tres mujeres, todas mayores de 55 años, se retocan el maquillaje y el cabello.
Cada una ha elegido su propio traje tradicional chino en rojo o dorado con faldas de seda hasta el suelo y chaquetas cortas forradas de piel para protegerse del frío primaveral.
Estas glamurosas abuelas modelan para las redes sociales.
Posan con tacones altos sobre el histórico puente adoquinado de Gongchen sonriendo a cámara mientras un equipo de especialistas en redes sociales les grita instrucciones.
Esta es una imagen de envejecimiento elegante que Shuishui desea que el mundo vea, y siente que hace todo lo que puede para levantar una economía debilitada.
Sin embargo, la estampa contrasta con la realidad de millones de ancianos en China.
“Espero que mis hijos vuelvan”
De vuelta en Liaoning, el humo de la leña emana de las chimeneas, señalando la hora del almuerzo.
Cao aviva el fuego de su cocina para calentar agua y cocinar arroz.
“Cuando tenga 80 años, espero que mis hijos vuelvan a vivir conmigo“, afirma, mientras busca una cacerola.
“No me juntaré con ellos en las ciudades. Su casa no tiene ascensor y hay que subir cinco pisos. Es más difícil que subir una colina”, explica.
Para Cao, así son las cosas: tendrá que seguir trabajando hasta que no pueda más.
“La gente común como nosotros vive así“, dice, y señala los campos aún cubiertos de escarcha en el exterior.
Con la primavera llegará la temporada de siembra, y más trabajo para él y su esposa.
“Si lo comparas con la vida en la ciudad, por supuesto, los agricultores tienen una vida más dura. Pero, ¿cómo puedes ganarte la vida si no puedes soportar la dureza?”, sentencia.
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