La necesidad de contacto físico y afecto no es simplemente una elección personal, sino que puede estar determinada por nuestro cerebro. Un estudio revela que nuestras inclinaciones hacia la ternura pueden estar relacionadas con nuestra biología y genética.
El papel de la oxitocina
La oxitocina, también conocida como la «hormona del amor» o del «apego», desempeña un papel fundamental en nuestras inclinaciones sociales y afecta nuestro deseo de proximidad física o nuestra resistencia a ella. Los científicos han destacado el papel clave de esta hormona y de los genes en nuestro comportamiento táctil.
Según investigadores estadounidenses y alemanes, el gen CD38 juega un papel crucial en este comportamiento. Existen dos versiones de este gen: una estimula la liberación de oxitocina, lo que favorece una propensión al contacto físico, mientras que la otra reduce esta liberación, lo que conduce a un comportamiento más distante.
Influencia de otros factores
Aunque esta revelación genética es importante, no excluye la influencia de otros factores, como el entorno familiar o la cultura. Las tradiciones y prácticas sociales varían ampliamente de una región a otra, lo que influye en los comportamientos afectivos. Sin embargo, incluso dentro de una misma cultura, persiste la diversidad individual, lo que resalta el impacto potencial de nuestra herencia genética.
Nuestras inclinaciones hacia buscar o evitar el contacto físico están arraigadas en nuestra biología de una manera más profunda de lo que se creía anteriormente, lo que ofrece una perspectiva fascinante sobre la complejidad de las interacciones humanas.
¿Qué dice la ciencia?
Un estudio publicado en la revista Psychoneuroendocrinology observó la interacción entre padres e hijos de 7 a 36 meses de edad, y encontró una variabilidad marcada en la búsqueda de contacto físico desde una edad temprana. Esta constancia sugiere que esta tendencia puede tener un origen innato.
La oxitocina, conocida como la hormona del amor o del apego, desempeña un papel importante en nuestras inclinaciones sociales y afecta nuestro deseo de proximidad física o nuestra resistencia a ella. Los científicos han descubierto que el gen CD38 también juega un papel crucial en nuestro comportamiento táctil. Existen dos versiones de este gen, una estimula la liberación de oxitocina, lo que favorece una propensión al contacto físico, mientras que la otra reduce esta liberación, lo que lleva a un comportamiento más distante.
Además de la genética, otros factores como el entorno familiar y la cultura también influyen en nuestras preferencias táctiles. Las tradiciones y prácticas sociales varían ampliamente en diferentes regiones, lo que afecta los comportamientos afectivos. Sin embargo, incluso dentro de una misma cultura, la diversidad individual persiste, lo que indica el posible impacto de nuestra herencia genética en este aspecto.
Estos hallazgos nos proporcionan una visión fascinante sobre la complejidad de las interacciones humanas y cómo nuestra biología puede influir en nuestras inclinaciones afectivas.
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