Por Elvin Castillo
En la última década el periodismo digital ha vivido una transformación constante, pero lo que vemos hoy ya no es un simple cambio de formato: estamos frente a una reconfiguración total de cómo se producen, distribuyen y consumen las noticias.
De los medios a los feeds

Cada vez menos personas buscan directamente un periódico digital o encienden la televisión para informarse. Hoy, el algoritmo es la nueva portada. En redes como TikTok, Instagram y YouTube los usuarios ya no llegan a las noticias por iniciativa propia, sino que las “encuentran” entremezcladas con entretenimiento, memes y opiniones. Los creators y comentaristas individuales, muchas veces sin la rigurosidad del periodismo, empiezan a pesar más que las marcas históricas. La consecuencia es obvia: la autoridad se fragmenta y la fidelidad se diluye.
El reinado del video y el audio
El consumo de noticias en formato video y pódcast crece sin freno. El texto queda relegado a análisis más profundos, mientras que la actualización inmediata se juega en videos cortos, móviles, diseñados para captar la atención en segundos. Las generaciones más jóvenes prefieren escuchar un resumen en Spotify o ver un reel en Instagram antes que leer un extenso artículo. El desafío para los medios tradicionales es cómo adaptarse sin perder calidad ni rigor.
La IA: menos clics, más incertidumbre
Google y otros buscadores ya no se limitan a dirigir tráfico a los medios. Con la irrupción de las “AI Overviews” y resúmenes automáticos, gran parte de las preguntas del público se responden sin necesidad de visitar la fuente original. Esto golpea directamente el modelo de negocio basado en visitas y publicidad. A la vez, el público percibe que la inteligencia artificial abarata y acelera, pero erosiona la confianza: más del 50% de los usuarios teme no distinguir lo verdadero de lo falso. La paradoja es clara: nunca hubo tanta información disponible, pero nunca hubo tanta desconfianza.
El ocaso de la viralidad y la búsqueda de lealtad
El tráfico que antes llegaba desde Facebook o Twitter se ha desplomado. Los medios, obligados a dejar de depender de la volatilidad de las redes, se refugian en newsletters, notificaciones móviles y paquetes de suscripción (bundles) para asegurar comunidad y hábito. La batalla ya no es solo por la audiencia masiva, sino por la fidelidad de nichos comprometidos.
El caso dominicano: fin del monopolio mediático
En República Dominicana esta transformación se vive con aún más intensidad. Los grandes medios tradicionales, que por décadas controlaron el monopolio de la información y la agenda pública, han perdido para siempre ese poder absoluto. Hoy la pelea no es por “ser el rey de las audiencias”, una aspiración imposible en este ecosistema fragmentado, sino por conquistar credibilidad y relevancia en sectores clave.
Tampoco el que tenga más audiencia es necesariamente el más influyente: lo decisivo no es solo la cantidad de público, sino la calidad e influencia de esa audiencia en la toma de decisiones de la sociedad. Un medio puede tener menos alcance masivo, pero si logra ser la referencia de líderes políticos, empresariales, académicos y comunitarios, habrá conquistado un terreno de poder real.
Además, la lógica del consumo informativo se ha desplazado hacia lo individual: hoy mucha gente ya no sigue marcas mediáticas, sino perfiles de comunicadores que le generan confianza y credibilidad. Como todo en la vida, una nueva camada de voces está irrumpiendo con fuerza. Aunque líderes de generaciones anteriores se resistan a ceder espacio, se trata de un ciclo natural: el relevo no es opcional, es inevitable. Los políticos y marcas que no comprendan este cambio cultural están, sencillamente, perdidos.
El futuro pertenece a las propuestas que combinen calidad de contenido, veracidad, respaldo en pruebas y un interés genuino en las problemáticas colectivas. Si un medio logra que los sectores de poder le presten atención y lo respeten, y al mismo tiempo que la gente común lo perciba como confiable y defensor de los intereses de la mayoría, entonces habrá ganado algo más valioso que el rating: el favor colectivo.
Un ejemplo cercano es el del Grupo Panorama, que en apenas nueve meses de vida ha logrado insertarse en la conversación nacional siguiendo precisamente ese patrón. Con contenidos frescos, análisis rigurosos y una lectura crítica de la realidad, Panorama ha roto con la idea de que el espacio mediático está reservado a los grandes consorcios. Su crecimiento prueba que en esta era no gana quien más pantalla tenga, sino quien sepa ganarse la confianza de la gente y el respeto de las élites al mismo tiempo.
Opinión: una oportunidad disfrazada de crisis
Muchos ven en este escenario el fin del periodismo como lo conocimos. Yo lo interpreto distinto: estamos frente a una oportunidad histórica para rescatar lo esencial. El periodista no puede competir con la inmediatez de un tiktoker, pero sí con lo que el público reclama con urgencia: credibilidad, contexto y rigor.
El reto es doble: adaptarse a los formatos sin traicionar los valores. El medio que logre ser relevante en un video de 30 segundos y al mismo tiempo ofrecer un reportaje profundo que explique lo que otros apenas rozan, será el que sobreviva.
La pregunta no es si el periodismo digital cambiará, sino quién logrará transformarse sin perder el alma en el camino.



