El poder benéfico de la lectura, herramienta del saber ahora fortalecida con tecnologías que facilitan el fluir de conocimientos, está recibiendo una agresión inmerecida en uno de los lugares menos apropiados para la desconsideración. La biblioteca que honra con su nombre la grandeza poético-social y ensayística de don Pedro Mir en el campus central de la Universidad Autónoma de Santo Domingo ha estado, evidentemente, privada de atenciones que preserven el buen estado de sus instalaciones. Signos de deterioros son visibles en sus áreas, baños y ascensores. Un «templo del saber» que nació equipado para el aprovechamiento de la informática por la población universitaria más grande del país está impedido considerablemente por daños técnicos de complementar los conocimientos adquiridos en las aulas. El disgusto es palpable en el estudiantado que sigue acudiendo a sus salones a veces sin poder aprovechar a plenitud sus espacios de muebles en mal Estado, sin climatización ni conexiones al internet.
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La UASD se expande hacia provincias con extensiones mientras las condiciones físicas de su histórico origen territorial pasa por mal momento, al menos en el punto clave que más valor debe dar al libro. Alejándose de una reciente expresión del Papa Francisco: las universidades son lugares para que el conocimiento esté libre de estrecheces para desarrollar habilidades fundamentales. Reservadas, efectivamente, para estimular el pensamiento crítico sin goteras ni computadoras fundidas.