Los sentimientos de un pueblo cuajan formando emociones que difícilmente pueden cambiarse sólo con la demostración de evidencia científica contraria. Los americanos recién eligieron a Trump respondiendo básicamente al dolor causado por la inflación, pese a que Estados Unidos es la potencia industrial que mejor se ha recuperado de la crisis económica mundial post pandemia, con desempleo mínimo, crecimiento del PIB y perspectivas favorables. Similarmente, pese a su convincente reelección hace apenas cinco meses, el presidente Abinader enfrenta hoy una oposición revitalizada por su fracasado intento de reforma tributaria. No valió el hipertrofiado gasto en publicidad inefectiva ni la abrumadora cooptación mediática: la opinión pública se soliviantó. Casi todas las posiciones políticas personales responden no solo al interés dinerario (la fortuna de Elon aumentó US$20,000 millones al ganar Trump) sino a las emociones y sentimientos: la desgracia familiar de Musk con su hijo trans explica la intensidad de su pasión trumpista. Mientras el Gobierno siga derrochando dinero subsidiando a comunicadores, programeros e influencers inefectivos y desprestigiados, difícilmente recuperará la simpatía y apoyo extraordinario que ha disfrutado el presidente Abinader. No es sólo “it’s the economy, stupid!” sino saber crear, cultivar y preservar el vínculo sentimental que genera las emociones.