Dos cosas me llaman la atención de Bórovsk mientras paseo por esta ciudad a 100 kilómetros de Moscú.
Primero, casi no hay señales de la elección presidencial que se celebrará en Rusia desde este viernes hasta el domingo 17.
Veo pocas pancartas o carteles electorales y no se reparten folletos políticos.
No es algo que sorprenda, por cierto.
La ausencia de preparativos electorales refleja la falta de dramatismo en torno a un evento orquestado que dará al presidente ruso, Vladimir Putin, un quinto mandato en el Kremlin.
Otra cosa que es imposible dejar de notar en Bórovsk es el arte callejero: está por todos lados. Buena parte es del artista Vladimir Ovchinnikov, cuyas obras se ven en paredes y edificios por la ciudad.
Aunque la mayoría de sus pinturas no son polémicas, sucede cada vez más que los cuadros de Vladimir sobre la Rusia actual resultan muy oscuros.
“A éste lo llamo El pináculo de la ambición”, me dice este artista de 86 años al mostrarme en su casa la pintura de un hombre con uniforme de artes marciales caminando en la cuerda floja sobre una montaña de cráneos humanos.
“Esto es a lo que puede llevar la ambición de alguien en la cima del poder”.
Más dramática aun es su imagen de dos picadoras de carne moliendo gente: una etiquetada 1937 (el año del Gran Terror de Stalin) y la otra Operación Militar Especial (la guerra de Rusia en Ucrania).
“No hemos aprendido ninguna lección”, concluye Vladimir.
El artista fue multado por “desacreditar” al ejército ruso tras hacer un grafiti de picadoras de carne similares en una pared. Lo mismo le ocurrió por mostrar en su arte callejero misiles que caían sobre una chica vestida con el azul y amarillo de Ucrania.
Las autoridades no ven con buenos ojos sus grafitis criticando la guerra de Ucrania, que rápidamente son pintados encima.
“Mis pinturas hacen pensar a la gente: ¿tenemos razón o estamos equivocados en este conflicto?”, me dice Vladimir. “Creo que es un crimen contra la integridad territorial de un Estado vecino. Lo estaría consintiendo si me quedara callado”.
“Muchos se callan, porque tienen miedo a la represión, a perder sus trabajos y a ser criticados por otros”.
Tras la muerte en prisión de Alexei Navalny, Vladimir pintó el retrato de este líder opositor en una lápida local que honra a las víctimas de la represión política.
“El mismo día alguien lo borró”, dice. “Pero en casa había pintado un borrador en cartón. Así que más tarde lo coloqué junto al monumento”.
¿Cómo ve Vladimir el futuro de Rusia?
“Algunos predicen más represión”, señala, “y que nos dirigimos hacia el totalitarismo y la dictadura total”.
La imagen del presidente
Vladimir Ovchinnikov me dice que nunca ve la televisión. Si lo hiciera, vería una imagen muy diferente de Rusia en la TV estatal.
Es la versión de Vladimir Putin. Sin montañas de cráneos humanos. Ni picadoras de carne. Ni mención a Alexei Navalny.
No es una Rusia agresiva en el exterior y represiva en el interior. Es una Rusia con un pasado glorioso y un futuro igualmente glorioso. Una Rusia de héroes y patriotas agrupados en torno a la bandera para defender a la patria de la agresión exterior.
Y es una Rusia que ama a su actual líder.
Hace unos días, el noticiario nocturno del Canal 1 de Rusia mostraba lo que parecían ser admiradores de Putin saludando al presidente, como si fuera una estrella del pop.
“Cuídese”, gritaba una mujer, antes de besarlo.
“¡Larga vida!”, exclamaba un hombre.
Si te basas solo en las noticias de Canal 1, es probable que concluyas que Putin tiene probabilidades de lograr una victoria aplastante en la elección presidencial.
Pero, como ocurre con las pinturas, el contexto es importante. Y aquí es crucial.
El Kremlin no solo controla la televisión en Rusia, sino todo el sistema político, incluidas las elecciones.
Putin no se enfrenta a ningún desafío serio en su búsqueda de un quinto mandato presidencial a los 71 años de edad.
Antiguo oficial de la KGB -el servicio de seguridad soviético-, Putin fue elegido a fines de 1999 por el presidente Boris Yeltsin y su círculo íntimo para liderar el ingreso de Rusia en el siglo XXI.
Tras ganar dos elecciones en 2000 y 2004, pasó a ser primer ministro mientras su aliado Dimitri Medvedev lo sustituyó en 2008, el año en que los mandatos presidenciales rusos se ampliaron a seis años. Volvió al cargo en 2012 y ha seguido allí desde entonces, tras ser reelecto en 2018.
La Constitución establecía que ningún presidente podía ejercer más de dos mandatos consecutivos. Pero como la cuenta de Putin fue llevada oficialmente a cero a partir de este año, podría seguir en la presidencia hasta 2036.
Sus críticos más acérrimos se han exiliado o fueron encarcelados en su país. Navalny, su opositor más feroz, está muerto.
Pero al Kremlin le gusta presumir de que Rusia tiene la “mejor democracia” del mundo. Por eso, además de Putin en la papeleta hay tres candidatos oficialmente autorizados por el Parlamento ruso, afín al Kremlin.
Hace poco me reuní con uno de ellos. Fue una experiencia extraña.
“¿Por qué cree que usted sería mejor presidente que Putin?”, le pregunté a Nikolai Kharitonov, candidato del Partido Comunista.
“No me corresponde a mí decirlo”, respondió Kharitonov. “No sería correcto”.
“Pero, ¿cree que su manifiesto es mejor que el de Putin?”. continué.
“Eso deben decidirlo los votantes”, dijo.
“¿Pero qué piensa usted?”, insistí.
“No importa lo que yo piense. Eso lo deciden los votantes”, sostuvo.
En lugar de hablar de sí mismo, Kharitonov elogió al presidente en ejercicio.
“Hoy Vladimir Putin intenta resolver muchos de los problemas de los años ’90, cuando Yeltsin arrastró a Rusia al capitalismo salvaje”, dijo Kharitonov. “Intenta consolidar la nación para la victoria en todas las áreas. ¡Y eso es lo que ocurrirá!”.
Algo me dice que esta disputa no es lo que más entusiasma a Nikolai Kharitonov.
Un político que intentó sin éxito entrar en la votación fue el antibelicista Boris Nadezhdin.
“Es absolutamente imposible decir que nuestras elecciones presidenciales son justas y libres”, me dice Nadezhdin.
Afirma que le impidieron postularse porque su mensaje antibelicista se estaba volviendo demasiado popular.
“Las encuestas muestran que entre 30% y 35% de los rusos querían votar a un candidato como yo, que habla de paz. Es un resultado absolutamente imposible para nuestro gobierno”.
La imagen en la calle
De vuelta en Bórovsk, disfruto de la vista desde el puente sobre el río Protvá.
Desde aquí, la ciudad parece una pintura: una imagen de Rusia que podría imaginar colgada en el museo del Hermitage.
A lo alto de una colina se alza una hermosa iglesia, con pintorescas casas cubiertas de nieve a sus pies. La gente camina abrigada y con cuidado por senderos helados.
Yo también voy con cuidado a la ciudad para medir el ánimo. ¿Qué piensa la gente en las calles de Bórovsk sobre la guerra, las elecciones y su presidente?
“No importa lo que votes, todo está decidido de antemano”, me dice una joven llamada Svetlana. “No le veo sentido a participar”.
Pero muchos aquí, sobre todo rusos mayores, me dicen que votarán.
A medida que hablo con la gente queda claro que la Rusia que se ve en la televisión tiene muchos partidarios.
“Espero que Vladimir Putin gane las elecciones y termine la guerra”, me dice Lyudmila. “Han matado a muchos jóvenes. Cuando haya paz, muchos países comprenderán por fin que Rusia es imbatible”.
“¿Por qué quiere que gane el Putin?”, le pregunto. “Después de todo, él es quien inició la Operación Militar Especial”.
“Hay muchas opiniones”, concede Lyudmila. “Algunos dicen que esta guerra nunca debería haberse iniciado. Otros dicen que él tenía razón. No voy a juzgarlo ahora. No conocemos todos los entresijos políticos”.
“Putin lleva en el poder casi un cuarto de siglo”, señalo. “En un país de 145 millones de habitantes, ¿no hay nadie más que pueda hacer su trabajo?”.
“Ah, no, tenemos muchos líderes talentosos que podrían dirigir el país en una emergencia”, responde Lyudmila.
Nikolai también votará al actual presidente, aparentemente imperturbable tras dos décadas y media de Putin en el poder.
“¿Y qué? Tuvimos zares que han gobernado mucho tiempo”, dice Nikolai. “Hubo zares buenos y malos. Tuvimos a Stalin y a Brézhnev. Se puede cambiar de líder, pero eso hace poca diferencia en nuestras vidas”.
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