El apio, compañero inseparable de la zanahoria y la cebolla en la cocina casera, es una planta herbácea originaria del Mediterráneo, conocida ya en la antigua Grecia por sus propiedades medicinales.
Anticancerígeno gracias a la presencia de un flavonoide antioxidante, se considera una ayuda natural válida contra la inflamación.
Pero para aprovechar al máximo sus propiedades, debe consumirse crudo. Extremadamente rico en agua y bajo en calorías, entre otras sustancias, contiene potasio, magnesio, calcio, fósforo, fibra y vitaminas. Por tanto, es un remedio eficaz contra la retención de líquidos, el colesterol, la hinchazón intestinal, la hipertensión y la gastritis. En nuestras mesas, cocido o crudo, se puede disfrutar de varias maneras.
En primer lugar, centrifugadas, ideales para almuerzos ligeros y saludables, especialmente en los meses más cálidos del año. Sin embargo, los expertos aconsejan: limitar su consumo en caso de problemas renales, ¡podría ser irritante!
Además, un consumo excesivo puede aumentar el riesgo de estreñimiento y, en las mujeres embarazadas, el riesgo de contracciones uterinas. Por lo tanto, como siempre, antes de introducirlo en su dieta, hable con su médico.
El apio en la mesa
Para beneficiarse de tan preciado cóctel de poderes terapéuticos completamente naturales, sólo hay que ponerlo sobre la mesa. Para conservar inalterados su sabor y sus propiedades vitamínicas, siempre es preferible cocinar el apio al vapor o cocido.
Pero, en virtud de sus conocidas propiedades digestivas, sería aconsejable comer apio crudo antes de las comidas o añadirlo en abundancia a las ensaladas, si se consume fresco, o utilizarlo como ingrediente para preparar sopas y platos sabrosos. Lo ideal es consumirlo en un plazo de 4-5 días, periodo en el que mantiene intactas todas sus propiedades nutricionales.