Por Abril Peña
Cada 10 de octubre el mundo gira la mirada hacia un tema que, paradójicamente, sigue siendo invisible para muchos: la salud mental. Una dimensión esencial del bienestar humano que no se ve, pero que duele. Que no sangra, pero paraliza. Que no deja moretones, pero arrasa con la vida. En un país como República Dominicana, donde el estigma, la precariedad del sistema y la falta de voluntad política siguen siendo obstáculos reales, hablar de salud mental no es un lujo: es una urgencia.
Una realidad fragmentada

Según datos del Ministerio de Salud Pública, más de 1.5 millones de dominicanos han experimentado en algún momento un trastorno relacionado con la salud mental. Ansiedad, depresión, trastornos de conducta y consumo de sustancias figuran entre los más frecuentes. Y sin embargo, los recursos siguen siendo escasos:
Hay menos de 50 psiquiatras por millón de habitantes, muy por debajo del promedio recomendado por la OMS.
Sólo existen cuatro hospitales especializados en salud mental en todo el país.
Y el presupuesto nacional destinado a esta área ni siquiera alcanza el 1% del gasto en salud pública.
¿El resultado? Una población que sufre en silencio, un sistema que no responde, y una cultura que prefiere etiquetar de “loco” antes que acompañar con empatía.
Una bomba emocional post-pandemia
La pandemia de COVID-19 dejó secuelas profundas en la salud emocional de los dominicanos. Los niveles de ansiedad, ideación suicida y trastornos depresivos aumentaron, sobre todo entre jóvenes y mujeres. Un estudio del Observatorio de Salud Mental del INTEC reveló que más del 40% de los jóvenes entre 18 y 30 años ha experimentado síntomas severos de ansiedad en los últimos dos años.
Y sin embargo, en las escuelas públicas no hay psicólogos suficientes. En los barrios, los centros comunitarios no tienen capacidad para responder. En los medios, el tema apenas figura como una prioridad.
Niñez y adolescencia: los más desprotegidos
En República Dominicana, hay cientos de miles de niños y adolescentes sin acceso a apoyo psicológico. Muchos son víctimas de violencia intrafamiliar, abuso sexual, abandono o negligencia emocional. Pero el sistema escolar apenas cuenta con un psicólogo por cada 2,000 estudiantes.
Y lo más grave: las cifras de suicidio infantil y adolescente están aumentando silenciosamente, sin que exista un plan nacional de contención real. El suicidio ya es la tercera causa de muerte entre jóvenes de 15 a 24 años en el país.
Los adultos mayores también están solos
Poco se habla de los trastornos cognitivos, la depresión en la vejez, el aislamiento o la ansiedad en adultos mayores. A muchos se les diagnostica tarde, o nunca. La salud mental en la tercera edad es un tabú, y eso nos está costando vidas.
¿Y el estigma? Más vivo que nunca
En los barrios dominicanos, aún se escucha decir “eso es cosa del diablo”, “tiene que orar”, o “eso se le pasa trabajando”. Las personas con trastornos de salud mental son marginadas, burladas o criminalizadas. Ir al psiquiatra es visto como una vergüenza. Medicarse, un fracaso.
Esta cultura del silencio y el estigma solo profundiza la herida. Porque si no se puede hablar, tampoco se puede sanar.
Llamado urgente: ¿Y las políticas públicas?
República Dominicana necesita con urgencia:
✅ Una ley nacional de salud mental robusta, con presupuesto real y vigilancia efectiva.
✅ Incorporar la salud mental en todos los niveles del sistema educativo.
✅ Capacitación obligatoria para médicos generales, maestros y policías.
✅ Campañas permanentes de concientización y reducción del estigma.
✅ Ampliación de servicios gratuitos y accesibles, más allá del psiquiátrico Padre Billini.
✅ Integración de terapias comunitarias, arte y deporte como herramientas de prevención.
Porque sin salud mental, no hay salud
No se puede hablar de desarrollo si las emociones de una nación están rotas. No se puede hablar de calidad educativa, ni de productividad, ni de seguridad ciudadana sin incluir el bienestar mental como parte central de cualquier política pública.
Este Día Mundial de la Salud Mental no es un recordatorio más. Es una llamada de atención. Porque en un país donde todavía se teme más al qué dirán que al dolor mismo, hablar de salud mental es un acto de valentía. Y exigir respuestas, un deber ciudadano.


