Del púlpito al mitin: el pacto moral entre Calvino y Peña Gómez

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Por Lic. Luis Ma. Ruiz Pou

“El poder no era absoluto, sino condicionado por la justicia divina”. “Si el gobernante rompía el pacto, el pueblo tenía derecho a resistir”.

Juan Calvino, (Jean Calvin en francés, Ioannis Calvinus en latín), nació n Noyon, Francia, en 1509, de formación cristiana, como abogado, estudió humanidades. Fue uno de los líderes más influyentes de la segunda generación de la Reforma, junto a Lutero y Zwingli. Defendió la idea de los gobernantes y el pueblo, como base de una institución política justa.

El doctor José Francisco Peña Gómez nació el 6 de marzo de 1937 en La Loma del Flaco, Valverde, República Dominicana. Estudió Derecho, además, realizó un curso de Ciencias Políticas en San José, Costa Rica; participando en ese mismo año en un curso de Educación Política en San Juan de Puerto Rico. Fue uno de los líderes más populares de la historia política reciente dominicana, especialmente entre las masas pobres.

En tiempos donde el poder se disfraza de legitimidad mientras erosiona sus fundamentos éticos, conviene mirar atrás. No por nostalgia, sino por lucidez. Dos figuras, separadas por siglos y contextos, nos ofrecen claves para repensar el vínculo entre autoridad y justicia: Juan Calvino, reformador protestante del siglo XVI, y José Francisco Peña Gómez, tribuno democrático del siglo XX.

Calvino, concebía el poder como un pacto tripartito: Dios, gobernantes y pueblo. El gobernante no era soberano absoluto, sino servidor de una justicia superior. Si rompía ese pacto, el pueblo tenía derecho a resistir. Peña Gómez, desde la tribuna dominicana, reconfiguró ese pacto en clave popular: el poder debía responder no ante lo divino, sino ante los marginados. Su vida fue una refutación encarnada de la “predestinación social” que condenaba a los pobres y afrodescendientes al olvido.

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Por las enseñanzas de Juan Calvino, su nombre derivó en el “calvinismo” por la influencia profunda que tuvo en el desarrollo del protestantismo en Europa y América del Norte. Al igual que Peña Gómez, por su influencia humanista y profundamente democrática, derivo en el “Pentagonismo”; ideología que es utilizada por el desprendimiento de su original partido, Revolucionario Dominicano (PRD, el cual se dividió en varios partidos. ¡Todos dicen ser Peñagomistas”

Ambos entendieron que el poder sin temor ético se convierte en tiranía. Calvino invocaba el temor a Dios; Peña, el temor al pueblo. Ambos promovieron la educación como antídoto contra la manipulación. Ambos creían en una comunidad activa, capaz de fiscalizar, resistir y transformar.

Hoy, cuando el pacto democrático se tambalea, cuando el poder se divorcia de la justicia y la ciudadanía se reduce a espectadora, urge recuperar esa doble herencia. No para canonizar a Calvino ni a Peña Gómez, sino para reactivar el pacto: exigir transparencia, participación, dignidad. Porque si el púlpito enseñó que el poder debe temer a Dios, el mitin enseñó que debe temer al pueblo. Y ambos, desde sus trincheras, nos legaron una verdad incómoda: el poder sin ética es violencia legalizada.







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