Los británicos tenemos buena reputación para la diplomacia; ahora toca ponerla a funcionar a toda máquina para gestionar la “relación especial” con los Estados Unidos en tiempos geopolíticamente frágiles. El gobierno progresista de Keir Starmer tiene que tratar con un hombre al que muchos de sus ministros han criticado duramente durante su tiempo en la oposición por muy buenas razones.
El dilema en el Reino Unido quedó patente la mañana después de la victoria de Trump en una entrevista a la presidenta laborista del comité parlamentario británico de asuntos exteriores, Emily Thornberry. “Usted describió a Trump como un predador sexual racista (durante una visita al Reino Unido durante su primer mandato como presidente)”, le dijo una periodista de la BBC. “Sí y lo es”, contestó Cooper, añadiendo, “pero es el presidente de los Estados Unidos y tenemos que trabajar con él”.
Thornberry no es la único laborista que ha criticado al ganador de las elecciones norteamericanas. El ministro de salud, Wes Streeting, le ha descrito como “un hombre odioso, patético, pequeño”.
De hecho, a diferencia de sus antecesores Barack Obama, Bill Clinton y Ronald Reagan durante su primer mandato, Trump no recibió el honor de una invitación para hablar en el Parlamento Británico cuando visitó el Reino Unido en 2008 y 2009, en gran medida por las peticiones de rechazo firmadas por 200 diputados, incluyendo a la mitad del actual gabinete de Starmer, según el periódico conservador The Telegraph.
“Trump no es solamente un misógino, simpatizante neonazi sociópata, sino una amenaza profunda al orden internacional que ha sido la fundación para el progreso occidental desde hace tanto tiempo”, escribió uno esos firmantes en 2018, el actual ministro de Asuntos Exteriores, David Lammy. Ahora su franqueza sobre Trump unida a su amistad con Barack Obama ha hecho que algunos incluso cuestionen si Starmer tendrá que quitarle su puesto antes de la llegada de Trump en enero. Pero sería “una lucha encontrar un político” que no haya dicho “groserías” sobre Trump, como bien anotó Lammy a la BBC, describiendo sus comentarios previos como “viejas noticias”.
Por un lado, se espera que se estrechen las relaciones con la Unión Europea; por otro lado, toca trabajar con un viejo socio transatlántico poco predecible. Starmer y Lammy fueron de los primeros políticos en felicitar a Trump por su victoria. En septiembre ya habían cenado juntos con el líder Republicano en la Trump Tower. Pausaron la sustitución del embajador británico en Washington antes de las elecciones, abriendo la puerta a un nombramiento político, en lugar de un funcionario.
El favorito es Peter Mandelson, uno de los genios políticos del proyecto “New Labour” del gobierno de Tony Blair. Como director de comunicaciones de ‘Labour’ y luego ministro de Comercio, llegó también a ser el hombre más odiado de su partido. Tendría que afrontar los desafíos que presenta Trump: aranceles y un posible fin del apoyo a Ucrania, la OTAN y a las metas de luchar contra el cambio climático.
Tendría sentido. Si Trump es el “maestro de los medios en evolución”, según un expresidente de CBC News, lo más natural sería que se mandara a su terreno el primer “spin doctor” británico, que se ganó el apodo de “príncipe de la oscuridad”.