Con más de 230 millones de personas afectadas en todo el mundo, la dermatitis atópica (DA) es mucho más que una condición dermatológica; es un desafío diario que afecta tanto la vida familiar como social, laboral y emocional de quienes la padecen.
Se estima que en Argentina, afecta entre el 5% y el 9,7% de los niños y a aproximadamente el 3% de los adultos, aunque la prevalencia puede ser aún mayor debido a la mejora en los diagnósticos recientes.
¿Qué es la dermatitis atópica?
La dermatitis atópica es una enfermedad cutánea crónica que, en muchos casos, aparece en los primeros años de vida. Los síntomas pueden mejorar durante la adolescencia en los casos leves, pero en las formas severas, la enfermedad puede persistir en la adultez o incluso comenzar en esta etapa.
Los síntomas pueden variar según la persona y la extensión de las lesiones, pero suelen incluir piel seca, picazón intensa, erupciones, enrojecimiento e inflamación. En casos graves, la piel puede agrietarse y presentar zonas engrosadas, y la constante necesidad de rascarse puede empeorar los síntomas, afectando áreas sensibles del cuerpo.
Más allá de lo físico, los efectos de la dermatitis atópica se extienden a muchos aspectos de la vida cotidiana, y pueden afectar gravemente la salud mental de los pacientes. La doctora Carla Castro, Jefa de Sección de Dermatología Pediátrica en el Hospital Universitario Austral, señala que “la dermatitis atópica puede afectar la vida diaria y la salud mental, dependiendo de su gravedad. El prurito constante, las lesiones dolorosas y los problemas de sueño alteran el desempeño laboral, escolar y social. Además, el tratamiento es costoso y consume tiempo. Las lesiones visibles pueden provocar estigmatización, afectando la autoestima, especialmente en adolescentes. Esto aumenta el riesgo de desarrollar ansiedad y depresión, debido al malestar físico y emocional que acompaña a la enfermedad.”
El impacto sobre el bienestar emocional de los niños y adolescentes con esta enfermedad es especialmente profundo. La apariencia visible de las lesiones, sumada al bullying en el ámbito escolar, genera en muchos jóvenes un aislamiento social.
La doctora Ianina Massimo, jefa del Servicio de Dermatología en el Hospital de Niños R. Gutiérrez, explica que la dermatitis atópica “interfiere en el desarrollo personal desde etapas tempranas, así como en la relación con su entorno y del entorno con él. El prurito intenso, constante y el insomnio –seguido de somnolencia diurna y déficit de atención hiperactividad– son síntomas característicos que afectan al niño y su familia. Con el tiempo desarrollan problemas de conducta, temor, inseguridad, limitación en la participación de deportes y actividades sociales.”
Los problemas psicológicos relacionados pueden intensificarse en la adolescencia, una etapa en la que la interacción social y la identificación con los pares son clave. El aislamiento y la retracción social, comunes entre adolescentes con dermatitis atópica, pueden exacerbar las comorbilidades psiquiátricas como la depresión y la ansiedad. La doctora Massimo señala que “hacia la adolescencia la retracción y el aislamiento se puede observar con más frecuencia, etapa clave en la socialización e identificación con sus pares.”
A menudo, los pacientes con dermatitis atópica desarrollan otras enfermedades relacionadas con la inflamación de tipo 2, el proceso inflamatorio subyacente que caracteriza a la DA. Estas comorbilidades incluyen asma, rinitis alérgica y poliposis nasal. Además, los casos moderados y severos no controlados adecuadamente pueden aumentar el riesgo de desarrollar problemas cardiovasculares, sobrepeso y obesidad. El manejo de estas comorbilidades es esencial para evitar complicaciones de salud a largo plazo.
La importancia del diagnóstico y tratamiento precoz
Aún no se conoce la causa exacta de esta enfermedad multifactorial, en la que intervienen factores genéticos, ambientales, inmunológicos y defectos en la barrera cutánea. Sin embargo, el manejo adecuado, la atención temprana y el apoyo emocional son esenciales para garantizar que los pacientes puedan llevar una vida plena y saludable, a pesar de los desafíos que esta enfermedad impone.
Dado que no existe una prueba de laboratorio específica para diagnosticar la dermatitis atópica, los médicos se basan en la observación de las manifestaciones clínicas, el seguimiento de la cronicidad y la localización de las lesiones. También, los antecedentes familiares de enfermedades alérgicas pueden ayudar a confirmar el diagnóstico.
La severidad de la enfermedad se evalúa con escalas validadas según la intensidad de los eczemas; extensión de la lesión en la superficie corporal; la intensidad de los síntomas como el prurito y el insomnio; respuesta al tratamiento y calidad de vida. Los grados de severidad generalmente se dividen en leve, moderada y grave. Esta clasificación es fundamental para determinar el tratamiento más adecuado y evaluar la respuesta terapéutica.
El tratamiento de la dermatitis atópica se centra en controlar la enfermedad y mejorar la calidad de vida del paciente. La doctora Juliana Martínez del Sel, médica en el Hospital de Clínicas José de San Martín de la Universidad de Buenos Aires (UBA), precisa que es clave ajustar el tratamiento según la gravedad y extensión de la enfermedad: “Cuando hablamos de dermatitis atópica no hablamos de cura sino de control de la enfermedad. El objetivo del tratamiento es mantener la calidad de vida del paciente con una piel que no esté brotada y que no pique. Entonces, es muy importante reforzar todas las medidas de cuidado de la piel y adecuar el tratamiento al tipo de dermatitis atópica, a la severidad de la enfermedad, la extensión de la misma, a la edad y actividad del paciente.”
El tratamiento precoz y oportuno no solo ayuda a mantener bajo control la enfermedad, sino que también previene el desarrollo de comorbilidades graves, mejora notablemente la calidad de vida de los pacientes y reduce costos para el sistema de salud.
La dermatitis atópica es una enfermedad compleja que requiere un enfoque integral para su manejo. No solo es importante abordar los síntomas físicos, sino también proporcionar apoyo psicológico a los pacientes y sus familias. La carga emocional que conlleva esta enfermedad puede ser abrumadora, y el tratamiento debe incluir un equipo médico que pueda ofrecer un cuidado holístico, con la participación activa de los familiares en el proceso.
La dermatitis en primera persona
“La dermatitis atópica de nuestro hijo nos cambió rotundamente nuestras rutinas diarias. Lo más difícil son las noches, cuando la picazón no lo deja dormir”, relata Macarena, madre de Felipe, de cinco años. A causa de la enfermedad, Felipe ha tenido que dejar actividades como fútbol y gimnasia, y ha faltado varios días al jardín de infantes. Además, cuando los brotes son severos, se le dificulta realizar sus actividades favoritas, como ir a dormir a casa de su abuela o salir a ver animales.
“Desde el punto de vista emocional, la dermatitis tuvo un gran impacto, no solo en Feli, sino en toda la familia”, comparte Macarena. Aunque es pequeño, entiende algo de lo que le sucede y pregunta si se va a curar, lo que resulta frustrante para sus padres. Para manejar esta carga emocional, la familia ha buscado apoyo psicológico, además de terapia ocupacional y nutricional debido a las alergias alimentarias asociadas con la dermatitis.
“El acompañamiento de nuestra familia es fundamental para poder enfrentar esta situación, al igual que el apoyo de otras mamás en redes sociales y, por supuesto, del equipo médico”, explica Macarena.
La mamá de Felipe lleva un mensaje a las familias que pasen por una situación similar: “No están solos, aunque el camino sea largo, se encuentra un tratamiento eficaz”. También subraya la importancia de “hablar sobre el tema, socializarlo y compartir experiencias con otras familias”.