La llegada de las fiestas de fin de año modifica de forma visible el paisaje de las grandes ciudades del mundo. Durante varias semanas, calles y edificios ceden protagonismo a la iluminación ornamental y a monumentales decoraciones que redefinen la identidad urbana.

En ese escenario, el árbol de Navidad se consolida como el emblema más reconocible de la temporada. Ya no se limita al ámbito doméstico, sino que ocupa plazas, parques y espacios emblemáticos, convirtiéndose en un atractivo turístico que convoca a millones de visitantes.
Estas estructuras trascienden lo decorativo y funcionan como puntos de encuentro social, símbolos culturales y, en muchos casos, mensajes políticos o espirituales. Desde abetos trasladados por razones diplomáticas hasta instalaciones tecnológicas de gran escala, cada árbol encierra una historia particular.
Uno de los ejemplos más conocidos se encuentra en Nueva York. Cada año, el Rockefeller Center selecciona un abeto noruego que suele superar los 20 metros de altura y varias décadas de antigüedad, cuya llegada implica una compleja operación logística por las calles de Manhattan.
La instalación del árbol marca oficialmente el inicio de la temporada navideña en la ciudad. Millones de personas acuden para observarlo, especialmente tras su ceremonia de encendido, que es transmitida por televisión y se ha convertido en una tradición seguida dentro y fuera de Estados Unidos.

Árboles que trascienden fronteras y tradiciones
En Europa, la ciudad italiana de Gubbio ofrece una versión singular del símbolo navideño. Desde 1991, la ladera del monte Ingino se ilumina con la silueta de un árbol gigante, considerado el más grande del mundo según el Récord Guinness.
Esta instalación no implica talar ningún ejemplar. Cientos de luces distribuidas a lo largo de la montaña forman el contorno del árbol, en un proyecto que requiere meses de preparación y la participación voluntaria de los habitantes locales.
Otro caso emblemático se encuentra en Londres, donde la plaza de Trafalgar alberga cada diciembre un abeto enviado por la ciudad de Oslo. El gesto recuerda el apoyo británico a Noruega durante la Segunda Guerra Mundial y simboliza una relación diplomática histórica.
En América Latina, Río de Janeiro adapta la tradición a su entorno natural. Sobre la laguna Rodrigo de Freitas se erige un árbol flotante de estructura metálica que alcanza cerca de 85 metros de altura y se ilumina con sistemas LED programables.
Finalmente, en Belén, frente a la Iglesia de la Natividad, se alza el árbol con mayor carga espiritual para el cristianismo. Su encendido reúne a peregrinos y líderes religiosos, proyectando un mensaje de paz y esperanza en una región marcada por tensiones persistentes.


