Botijuelas y sanes: Cultura de ahorro por centurias en La Hispaniola

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La botijuela era una forma de ahorro personal no confiado a segundas personas; a tal grado de que en caso de muerte nadie podía heredar los bienes enterrados

D esde antes de que se establecieran los bancos comerciales, en la isla Hispaniola sus habitantes, incluidos los indígenas tenían distintas formas de cultura de ahorro e intercambios comerciales que los ayudaban a socializar y a tener mejor forma de vida.

Después del grito de ¡Tierra! que se le atribuye a Alonso de Ojeda en el primer viaje del genovés Cristóbal Colón, y durante varias centurias es que llegan las actividades comerciales e industriales, pero no se conocía de los beneficios que se obtienen del servicio bancario.

La historia ancestral y documentada establece que el primer indicio de acciones bancarias en la Hispaniola aparece con el surgimiento del Banco Nacional de Santo Domingo, S. A. en 1869, mediante la aprobación de la Resolución del Poder Ejecutivo Núm. 1148 del 4 de julio de 1869.

Después de ello, contadas personas pudientes, nativas de Santiago, San Cristóbal, La Vega, Azua, La Romana, Higüey, El Seibo, Hato Mayor, San Pedro de Macorís, Santo Domingo, La Vega, entre otras ciudades, abrieron cuentas bancarias sin olvidar los riesgos personales, gastos de transporte, viáticos, y pérdida de tiempo, amén de no disponer del dinero a mano para encarar los imprevistos o realizar negocios y suplir necesidades perentorias.

Solamente los de gran capital podían ostentar la posesión de una chequera, documento que prestigia al poseedor, pero que era una quimera para los estratos bajo y medio en la pirámide social de la época.

Antes de la llegada del citado banco a Santo Domingo, comenzando con las actividades asistenciales desde los días de la Colonia, eran costumbres forzadas por las circunstancias.

Es así como surgieron fabulosas, pero temerosas ideas para guardar el ahorro como “la botijuela”, que era una antigua forma de ahorro personal no confiado a segundas personas; a tal grado de que en caso de muerte nadie podía heredar los bienes enterrados.

La botijuela consistía en una especie de tinaja o tinajón de barro cocido, de metal o madera resistente, normalmente con dos asas y su tapa.

En ella se depositaban las llamadas morocotas, que consistían en piezas de oro, plata, joyas, producto de la buena suerte y/o habilidad del tenedor, que bajo tierra quedaban para siempre, y en muchos casos porque aun en vida sus dueños perdían la cartera de ubicación.

Es una creencia muy arraigada y folklórica el pacto exorcista o diabólico del botijero.

Se ha dicho y escrito en algunos libros y ensayos que el botijero al momento de ocultar el botín o ahorro en la tierra hacía invocaciones satánicas para guardar sus caudales.

Además, existe la creencia de que cuando el botijero muere u olvida el lugar donde guardo la botijuela se invoca a “Lucifer” o al alma del difunto para conseguirla, porque nunca delató negocio con el “pájaro malo”.

Morocota. Tinaja con sus morocotas. Morocota donada por Mamá Nelsy.

Hato Mayor
En Hato Mayor existieron famosos botijeros como Valentín Pacheco, natural del paraje Los Jíbaros; Pantaleón Payano, de El Coco; María Ignacia Hernández Arache, esposa del licorista Federico Montaño; Pedro Alejandro Mercedes, considerado el segundo en riqueza de Hato Mayor por allá por el siglo XIX.

El ahorro de la botija más sazonada de Hato Mayor del Rey fue la de Desideria (Cerica), esposa de Pedro Desiderio Reyes, quién llegó a confiar el lugar exacto de la botijuela a su trabajadora, una joven del paraje San Valerio, pero cuando vino a notar el robo, ya era demasiado tarde. Cuentan que aunque la sometió a la alcaldía, no pudo recuperar su fortuna.

Llegó el San

Aunque no se conoce con precisión la aparición del “San” como método de ahorro y de capitalización en la informalidad se sabe que ha contribuido grandemente en la economía de ahorros y sustentación económica de cientos de miles de familias que han creído en este eficaz sistema de ahorro personal en la isla.

Todavía en algunas ciudades, pueblos y campos de la isla el ahorro personal sigue dominando el “San”, donde el primer aporte lo hace el “cabeza de san”, y nadie puede cobrar sino hasta luego de vencido su plazo o turno.

El “San” siempre se ha realizado entre grupos y vecinos, que pagan un 10% al proveedor, tienen seguro cobrar su número, con el cual realizan sueños proyectados en el hogar como comprar ropas, calzados, así como pagar estudios escolares y universitarios de los hijos.

Es bueno recordar que el “San” también tiene la forma o sistema piramidal que, de hacerlo con mala fe, puede resultar en una estafa. Este es para llevarlo a personas suficientemente serias y responsables para obtener buenos resultados.

El acuerdo de esta forma de ahorro se echa a perder o daña si uno de los 10 o 12 participantes deja de pagar, pues entonces no estarían completos los 12,000 pesos que debería recibir el ahorrista al que le toque en ese momento, por lo que se exige al momento del acuerdo verbal que todos sean buena paga y responsables al momento de pagar.

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Alcancía

La alcancía es otro sistema de ahorro que aún prevalece en hogares humildes de las grandes ciudades, barrios y campos.

Estas si son robadas o hurtadas, raras veces cumplen con su función de ahorrar, porque al tenerlas al alcance de la mano, el usuario las viola constantemente “hasta para comprar azúcar”.

Última morocota

Mamá Nelsy, nativa de El Seibo es la última mujer pudiente que decidió donar su morocota a la exvicepresidenta Margarita Cedeño en 2012 por considerar: “Margarita se parece a mis tiempos, en el vestir elegante y servirle a la gente; siento una gran admiración por la exprimera dama y es eso lo que me lleva a darle este regalo”.

La valiosa morocota de oro hecha a mano en Mallorca, España, en 1978, perteneció a Trina de Moya, esposa de Horacio Vásquez hacia 1930. La prenda donada tiene un valor estimado en el mercado de un millón de pesos, pero para la anciana Lucila Ozema de Castro Aybar su valor histórico trascendía los límites de la pasión y el amor.

A sus 87 años, para entonces la ya desaparecida Mamá Nersy como era conocida en el mundo católico y por vecinos y familiares gozaba de una gran lucidez y su decisión de regalársela a Margarita Cedeño la ejecutó a través del notario Guarionex Moreno Altagracia, cuyos testigos de la donación fueron Federico Oscar Morales Beras y Ramón Elpidio Morales Aybar.

“Hago esta declaración por dos razones: La primera, como obtuve dicha prenda y la segunda el valor histórico que posee por haber pertenecido a una Primera Dama, por lo que quiero dejar constancia de que mi declaración constituye una fiel verdad de lo declarado”, expone la dama ante el notario Moreno Altagracia.

La ajorca es de 21 quilates y según la dama fue elaborada a mano en Mallorca, España y presenta una figura del Rey Alfonso XII de un lado y el escudo heráldico de España del otro.

El testamento legal, preparado por el notario seibano Guarionex Moreno Altagracia, señala que Lucila Ozema de Castro recibió la valiosa prenda de oro por donación de manos de su abuela, Ramona Piantini de Morales, que se la donó su amiga Trina de Moya, esposa del presidente Vásquez.

El testamento expone en uno de sus párrafos que el oro llegó a mano de su abuela por la gran amistad que existió entre Trina de Moya y la madre de Báez.

Mamá Nelsy falleció el 17 de abril de 2017 a los 91 años y fue la primera mujer que en público se desprendió de su morocota para donarla a la exvicepresidenta Margarita Cedeño.

Mamá Nelsy con la morocota en su mano.

El vale y el pagaré

Estos sirven para el desenvolvimiento económico e interempresarial, que en la antigüedad no tenían asidero jurídico.

En su génesis generalmente se hacían los pagarés entre compadres y amigos cercanos, como forma de validar el dinero prestado o la finca arrendada.

Los indígenas

La tradición histórica ha establecido que entre las tribus indígenas se practicaban intercambios y compartir mediante la práctica del Trueque, los productos y alimentos que cultivaban en sus predios.

Por lo que se deduce que el trueque es una práctica ancestral de los pueblos indígenas, que ha permitido, suplir las necesidades alimenticias de las comunidades, según la época de cosecha. Intercambiaban alimentos, animales, plantas medicinales, semillas propias y diversos productos de las comunidades.

Botijuela con morocotas.

Muchas riquezas traicionadas

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Muchas riquezas tienen su origen en la traicionada confianza que depositan ingenuos acaudalados en personas de su círculo íntimo.

Hay incontables casos de títulos de tierras y de bienes muebles y de dineros que fueron negados no solamente a los sucesores, sino también al mismo depositante en su propia cara, sin importar testigos.
Hasta la llegada de los bancos, las oficinas recaudadoras gubernamentales, municipales y hasta privadas depositaban el dinero recaudado en manos de personas solventes, y de trayectoria confiable.

El asesinado historiador Manuel Antonio Sosa Jiménez, en su libro Hato Mayor del Rey, detalla con nombres a los personajes escogidos para guardar en sus casas o negocios el dinero recaudado en las oficinas gubernamentales como Inapa, la CDE, Ayuntamiento Municipal, Impuestos Internos, entre otras.
Entre estos notables de la honestidad y el decoro se cita a los comerciantes Antonio Nova, Augusto Betancourt, José Rosa, Alejandro Laureano, Abraham Hoffiz Nauffer y Andrés Sosa.



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