así funciona la histeria colectiva

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Estaba en el suelo, desnudo, con grandes piedras sobre su cuerpo. Las rocas, superpuestas, iban comprimiendo sus vías respiratorias. A punto de morir asfixiado, miró a sus verdugos y dijo: “más peso”. Giles Corey murió aplastado y con la cabeza bien alta un 19 de septiembre de 1692. Fue el último hombre condenado a muerte por brujería. A su esposa, Martha Corey, la ahorcaron tres días después. Ella cerraría el círculo de casi un año de esperpento, siendo la última persona en ser ejecutada en el marco de los juicios de Salem.

Corey era un granjero que caía regular en el pueblo. Conocido por ser un tanto violento, se enfrentaba a menudo a los vecinos y años atrás había matado a un hombre por robarle unas manzanas. Se casó tres veces y su última mujer fue arrestada bajo sospecha de conjuros. Al principio él tampoco la creyó. Hasta que las especulaciones recayeron también sobre él. La acusadora era Mercy Lewis, una vecina que aseguraba haber visto el espectro de Corey pidiéndole firmar el libro del diablo. A ella se sumaron decenas de testigos que confirmaban su relación con lo oculto.

Corey se negó a formar parte del juicio. No quiso declarase ni culpable ni inocente. Sabía que una confesión implicaría la pérdida de sus tierras. Sus bienes serían embargados y sus hijos perderían todos los derechos. Así que decidió revelarse. Calló. Y cayó. Los jueces lo llevaron hasta el extremo con la técnica de la prensa, una muerte lenta a base de grandes piedras apiladas sobre el tórax. Aun así, Corey se negó a declarar. En lugar de sucumbir al desvarío, sus últimas palabras pidieron más rocas sobre su cuerpo.

Las Brujas de Salem
Las Brujas de Salem
Archivo

Arthur Miller incluyó esta historia en El Crisol. El dramaturgo usó la palabra “peso” hasta en diez ocasiones a lo largo de los cuatro actos. La carga de la coherencia y la presión de la integridad representaban el tema central de su obra. La lucha de un individuo por la verdad, muchas veces, entra en conflicto con la sociedad. Y la verdad, en los años de caza de brujas de Salem, se había convertido en un ente difuso. Algo que tampoco parece distar mucho de la época en la que vivimos.

En enero de 1692 dos niñas comenzaron a convulsionar en la ciudad de Salem, en la costa norte de Massachusetts, EEUU. Betty Parris, de nueve años, y Abigail Williams, de 11, fueron diagnosticadas de embrujo. Pronto otras jóvenes empezaron a mostrar síntomas parecidos. Gritaban, se retorcían, parecían poseídas. Las niñas acusaron a tres mujeres del pueblo de brujas y culpables de sus síntomas. Los desvaríos de unas crías y la presión social fueron pruebas suficientes para dar comienzo a la caza.



Los juicios de Salem: La historia de Martha Carrier

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Durante cerca de un año, los juzgados se valieron de meras especulaciones para emitir sentencias de muerte. La “evidencia espectral” bastaba para abrir expedientes, saldar cuentas, odios y venganzas. Acusaciones infundadas basadas en pesadillas, alucinaciones e imaginaciones marcaron una etapa negra en la historia jurídica universal. Aquellos procedimientos se truncaron definitivamente pocos meses después de la muerte de los Corey. Además de sentar importantes avances en los sistemas de justicia, los juicios de brujas también sirvieron para articular teorías de psicología y sociología. Hoy lo que ocurrió en Salem se estudia como un episodio de histeria colectiva.

Estos eventos han sido habituales a lo largo de la historia. Otro de los sucesos más controvertidos ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial en Mattoon, Illinois. Varias personas comenzaron a experimentar los mismos malestares físicos. Los medios de comunicación locales comenzaron a publicar la noticia, y esto provocó una concatenación de episodios. La idea de que algún enemigo pudiera estar experimentando con gases o armas químicas llevó al FBI a investigarlo. Las pesquisas demostraron que nada de aquello había ocurrido. Los efectos en la población eran fruto de una alucinación, resultado de una histeria colectiva incentivada por el estrés de la guerra.

La sugestión colectiva abarca desde abducciones alienígenas, teorías conspirativas, fake news y crisis morales

También llamada enfermedad psicógena masiva, se trata de un fenómeno de ansiedad contagiada en el que los individuos se despersonalizan hasta asumir una especie de alma colectiva. Este proceso también ha sido utilizado para explicar genocidios. Para su desarrollo se precisa de un desencadenante inicial. Un primer paciente, la primera visión, un elemento traumático inicial. Las personas de alrededor, por cercanía, comienzan a interpretar sus propios malestares y pensamientos como parte de esa misma condición. Se da así un refuerzo mutuo, alimentado por el miedo y la preocupación. Son varios los casos reportados por el propio personal sanitario, como episodios de falsas intoxicaciones, reacciones a vacunas e incluso epidemias.

Pero esto no ocurre solo con “falsas enfermedades”. La sugestión colectiva abarca desde abducciones alienígenas, teorías conspirativas, fake news y crisis morales. Suele ocurrir en contextos de miedo o sensación de amenaza, se propaga con mayor facilidad si se publicita, y lo complicado es identificarla. También conforma un reto el propio concepto de falsedad. Porque quienes lo sufren creen realmente lo que dicen experimentar. Ciertos síntomas físicos, de hecho, aparecen en la realidad. La causa, sin embargo, no tiene razón ambiental. Es una creación de la mente.

Tras ver que a lo largo de la humanidad una estrella fugaz se consideraba un presagio místico, o una tormenta un enfado de dioses, también la esquizofrenia, los brotes psicóticos o cualquier tipo de trastorno podían ser, claramente, eventos fantasmagóricos. Que no resulte extraño, entonces, si dentro de unos siglos somos estudiados por creernos ciertas barbaridades.

Biografía

Carmen Corazzini estudió periodismo y Comunicación Audiovisual. Se especializó con un máster en ‘Estudios Avanzados en Terrorismo: análisis y estrategias’ y otro en ‘Criminología, Victimología y Delincuencia’.

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