El reloj marcaba las 8:40 de la noche cuando Yeimi Gómez Jiménez recibiría la llamada que marcaría su vida.
La trágica noticia resonó como un eco de desesperanza entre los seres queridos de José Manuel Gómez Jiménez; un hombre de 38 años cuya cotidianidad se vio truncada por la violencia de un asalto que lo dejó gravemente herido de bala, y posteriormente, le costó la vida en un suceso que aún genera más preguntas que respuestas.
El luto vistió a la familia Gómez aquel día aciago cuando una llamada telefónica transformó un día común en una pesadilla sin fin. “Tu hermano tuvo un accidente, no puede hablar ahora porque está muy golpeado”, estos fueron los aterradores momentos narrados por una voz femenina al otro lado del teléfono, presagiando la tragedia que se había desatado.
La confusión se aderezó con la angustia mientras los hechos se desbordaban más allá de su control. Los sucesos se precipitaban uno tras otro, llevando a José Manuel a enfrentar las consecuencias de un episodio de violencia impactante y brutal. A pesar de los esfuerzos desesperados por mantenerlo con vida, la fatalidad ya había escrito su último capítulo.
“A mi hermano lo reanimaron tres veces, veía como dejaban pasar a todo el mundo menos a mi cuñada y a mí”, expresó con evidente dolor el hermano de José Manuel durante los sombríos momentos que precedieron al funeral. La impotencia de no poder estar cerca en los últimos momentos agudizaba el dolor de la pérdida.
La desgracia no solamente tocó a José Manuel; el destino también fue cruel con Javier Hernández Jesús, de 28 años, compañero y co-víctima de un destino fatal en ese mismo evento trágico. Ambos compartían la misionera tarea de recolectar equipos para una actividad de la iglesia, un propósito noble interrumpido por actos de violencia sin sentido.
Las circunstancias alrededor de su muerte fueron tan repentinas como escalofriantes. El hecho que culminó con la vida de estos dos hombres ocurrió en el kilómetro 32 de la autopista Duarte, una localización que para los familiares y amigos ahora lleva un velo de tristeza y tragedia. La comunidad y la iglesia a la cual se dirigían sintieron un profundo vacío ante una ausencia que nunca podrán llenar.
Los familiares, sumidos en el dolor, exigen justicia y respuestas que quizá nunca lleguen. Las memorias y el legado de José Manuel y Javier permanecen como un faro de luz en la oscuridad de esta tragedia; pero sus seres queridos se quedan con el peso de una historia cortada abruptamente, un recordatorio sombrío de la fragilidad de la vida y de la violencia que aún aflige a la sociedad contemporánea.
Hoy el dolor y el sufrimiento se han estacionado, sobre ambas familias. Preguntándose “el porqué se les fue Joselo (apodo con el que se le conocía)”, sus familiares y allegados claman por justicia y que “el crimen no quede impune”.
“Nos ha ganado la delincuencia fueron dos muchachos buenos, cristianos que asesinó la delincuencia; la delincuencia nos ha ganado, el presidente ha dejado que la delincuencia nos gane y que se esté llevando la juventud buena”, fueron las palabras de la suegra de la víctima.
Tan solo en agosto del pasado año, Gómez Jiménez había logrado convencer a su pareja sentimental, Carolina Cuevas, de que esta aceptara por fin casarse.
“Ella temía que el amor se acabara si firmaba un papel, por eso no había aceptado antes”, dijo su cuñada.
Pero lo cierto es que Carolina Cuevas define a su esposo como un hombre “perfecto”.
“Yo ya ni me siento, mi bebé tiene dos mesesitos, y tan contento que él estaba con su muchachita. El llegaba del trabajo y era soltar todo y coger para donde su muchachita que le alegraba la vida, era perfecto”, aseveró Cuevas.
Y es que su fenecido esposo procreó tres hijos más, pues además de la bebé que engendró junto a ella tuvo un varón de 10 años, y dos hembras de 15 y 11 años, respectivamente.
Además, su esposo hasta el momento de su muerte practicaba softbol todos los domingos desde hace alrededor de 11 años, formando parte de la liga “Los novatos del Brizal”.
Asimismo, la víctima trabaja como transportista en la fábrica de cerámica Cerarte y había pasado los últimos cuatro años sumergido en la iglesia.
Los restos de José Manuel Gómez Jímenez fueron sepultados la mañana del sábado en el cementerio Cristo Redentor, mientras que los del también fallecido Javier Hernández Jesús, de 28 años fueron trasladados al cementerio de Pedregal.