Es casi una pregunta obligada que surge al ver tantas publicaciones y declaraciones de dirigentes políticos, de congresistas, de referentes empresariales y sus gremios acerca de una reforma fiscal y de una modificación de la Constitución que, supuestamente, son urgentes para nuestro sistema económico y para nuestra democracia.
Y la pregunta vale porque el país no tiene tanta urgencia como la de su gobierno y su clase política para ambas reformas, que se esperaron por años, que se postergaron por innumerables razones y que ahora se pretenden pasar “en bola de humo”, como se diría en el argot dominicano.
Serán esas reformas a la carrera la gran prioridad de algunos, pero no necesariamente de la mayoría de una población que aún no se repone de la resaca electoral y que aspira a modificaciones esenciales, no a simples parches.
La prisa es dañina no solo porque suele ser mala consejera, sino también porque puede traer resultados imprevisibles, sobre todo para los que atropellan como si su mundo se fuera a acabar.
Sócrates, el insigne filósofo, reprendía a los hombres que van tras sus codicias y apetitos y no atienden a la razón: “Hay algunos que por una fruta temprana dan cuanto les demandan”.
A éstos los calificaba de desesperados, pues nunca piensan que podría llegar el tiempo en que la fruta madura y entonces conseguirían más y mejores.
En su precipitación, los “reformadores” no contemplan permitirle a la sociedad que conozca y opine de su contenido, como si quisieran pasar de contrabando situaciones que reediten la habitual ausencia de transparencia, de democracia e institucionalidad. Incluso, para colmo, no se cuenta todavía siquiera con el consenso de los liderazgos ni a lo interno de los principales partidos.
Si el espíritu de Sun Tzu, el autor de “El arte de la guerra”, estuviera presente en este momento, aconsejaría que antes de salir a pelear se debe considerar el costo de la decisión; que el buen general ni hace movimientos superfluos ni planifica ataques fútiles y tampoco toma posición en un terreno en el que puede perder.
Nadie en su sano juicio puede estar en contra de estas reformas que, si bien son necesarias, resultarían extemporáneas si se hiciesen al vapor en lugar de actuar con mesura y con calma.
Ojalá se escuchen las voces de los que llaman a la reflexión para que después no tengamos que preguntarnos a qué obedeció tanta premura.