Es una experiencia común que a medida que envejecemos, tenemos la sensación de que el tiempo pasa cada vez más rápido. Aquella infancia en la que los días parecían interminables se ha convertido en una adultez donde los años vuelan. ¿Qué hay detrás de esta ilusión de aceleración temporal? Diversos estudios han identificado una serie de factores psicológicos, neuronales y sensoriales que contribuyen a esta percepción subjetiva.
La rutina y la familiaridad como enemigos del tiempo
Una de las principales razones por las que el tiempo parece pasar más rápido a medida que envejecemos es la disminución de las nuevas experiencias y descubrimientos. En la niñez y la adolescencia, cada día nos trae vivencias, aprendizajes y sensaciones inéditas que mantienen alerta a nuestros sentidos y nuestra mente. Sin embargo, a medida que nos hacemos adultos, nuestra vida tiende a volverse más rutinaria y familiar. Esa falta de novedades puede generar la ilusión de que el tiempo transcurre con mayor velocidad.
Otro factor que influye en nuestra percepción del tiempo es la comparación relativa de los años que hemos vivido. Cuando somos jóvenes, un año representa una porción considerable de nuestra vida total (por ejemplo, un año para un niño de 10 años es el 10% de su vida). Sin embargo, a medida que envejecemos, ese mismo periodo de tiempo se vuelve cada vez más pequeño en proporción a nuestra experiencia acumulada. Esta relatividad puede crear la sensación de que el tiempo pasa más rápido.
Según el profesor Adrian Bejan, experto en ingeniería mecánica de la Universidad Duke, a medida que envejecemos, perdemos capacidades cognitivas. Nuestras redes neuronales se vuelven cada vez más complejas, lo que ralentiza la circulación de la información en el cerebro. Como consecuencia, registramos menos imágenes mentales y recuerdos en un mismo lapso de tiempo. Esta disminución en la generación de representaciones mentales puede contribuir a la percepción de que los días pasan más rápido.
Otro factor relevante es la capacidad de atención. Los niños y adolescentes suelen estar más enfocados en el presente, lo que les da la sensación de que el tiempo transcurre más lentamente. A medida que envejecemos, nuestra atención se fragmenta cada vez más debido a las responsabilidades, preocupaciones y distracciones, lo que puede generar la impresión de que el tiempo pasa más rápido.
Además, se ha observado que el cerebro de los niños procesa la información de manera más lenta en comparación con el de los adultos. Esto podría explicar por qué los más jóvenes tienen la percepción de que el tiempo fluye con menor velocidad. Por el contrario, a medida que envejecemos, nuestro cerebro procesa la información cada vez más rápido, lo cual también puede influir en nuestra percepción temporal.
La retrospectiva sesgada de nuestras vidas
Cuando miramos hacia atrás en nuestra vida, tendemos a enfatizar los momentos más destacados y memorables, mientras que minimizamos los períodos de rutina y aburrimiento. Esta percepción retrospectiva sesgada puede dar la impresión de que el tiempo ha pasado volando, cuando en realidad gran parte de nuestra existencia ha transcurrido de manera monótona y poco memorable.
Otros factores que influyen en la percepción del tiempo
Además de los aspectos mencionados, existen otros elementos que pueden alterar nuestra percepción temporal, como los cambios hormonales, las variaciones en la actividad cerebral y los ritmos circadianos. Incluso factores externos como la estacionalidad y los eventos significativos pueden tener un impacto en cómo experimentamos el paso del tiempo.
Si bien la sensación de que el tiempo pasa más rápido a medida que envejecemos es una experiencia ampliamente compartida, comprender los mecanismos psicológicos y neuronales detrás de este fenómeno puede ofrecernos pistas para intentar ralentizar esa percepción. Algunas estrategias potenciales incluyen:
- Fomentar la novedad y la exploración en nuestra vida cotidiana, para mantener alerta nuestros sentidos y generar nuevas experiencias.
- Cultivar la atención plena y el enfoque en el presente, evitando la fragmentación de nuestra atención.
- Realizar actividades cognitivamente desafiantes para estimular la generación de imágenes mentales y recuerdos.
- Mantener una perspectiva equilibrada al recordar nuestro pasado, sin minimizar los periodos rutinarios.
Mediante estos y otros enfoques, podemos intentar contrarrestar la ilusión de que el tiempo se acelera, y recuperar la sensación de que cada momento de nuestra vida tiene la duración que merece.