Para la reforma de nuestro Código de Trabajo, el presiente Luis Abinader anunció en su pasado discurso de Toma de Posesión, que se incluirá el reconocimiento de los derechos de los trabajadores domésticos, en cumplimiento de su compromiso con los cientos de miles de personas que hacen esa labor. Debemos, además, ajustarnos al Convenio 189 de la OIT al respecto. La propuesta del jefe de Estado es justa, sensata, responsable y oportuna.
No todos tenemos el privilegio de tener “trabajadores domésticos”. La mayoría son mujeres, pues se adaptan más fácil a nuestra casa que los hombres, especialmente si hay niños. Muchas nos inspiran confianza y a los pocos días ya comparten con nuestra familia. Conocen nuestros problemas cotidianos en ocasiones mejor que nuestros amigos. Les dicen “las señoras del servicio” con razón: son servidoras.
Sin ellas no podríamos producir para vivir, seríamos esclavos en nuestras moradas que requieren día a día atención y cuidado. Y gastaríamos nuestros chelitos en restaurantes, y en caso contrario prepararíamos la misma comida en nuestras cocinas, tragándonos cada bocado, porque nuestros compromisos en la calle no resisten espera.
Sin ellas nuestras residencias no estarían tan limpias y organizadas, habría ropas tiradas, platos sucios, etc. Tampoco podríamos asistir a las actividades propias de los adultos, porque no tendríamos con quién dejar a los chicos. Sin su apoyo, se nos complicaría ser puntuales a la hora de llevar a nuestros hijos al colegio. Ellas siempre están ahí, sin horario definido, dispuestas a ocuparse de mil tareas para nuestra comodidad.
Las domésticas son vitales en la sociedad. Nos permiten el espacio para desarrollarnos como personas, para ser entes útiles, para generar recursos. En esencia, se sacrifican por nosotros; lo triste es que muchos no nos damos cuenta y atendemos mejor a los extraños que a quienes están asistiéndonos en cada momento, cuidando nuestra prole como una madre, atentas para que estemos bien alimentados y con nuestra camisa planchada.
Hay ciudadanos que se ufanan de ser altruistas, promotoras del Bien Común, pero son incapaces de preocuparse por su “señora del servicio” que tiene asuntos legales y necesidades humanas básicas sin resolver, que con un poco de voluntad se logra.
Ahora, en la necesaria modificación de nuestro Código de Trabajo, a los trabajadores domésticos se les deben reconocer los siguientes derechos: salario mínimo, registro ante la Tesorería de la Seguridad Social, delimitación de jornadas laborales, cobertura mejorada de seguro familiar de salud, cobertura de riesgos laborales, pensiones de sobrevivencia y discapacidad, así como un plan de inclusión en el programa de pensiones solidarias. Cuando sea realidad, los trabajadores domésticos no serán la cenicienta en nuestra legislación laboral. Y haréis justicia.