Tras un alto crecimiento poblacional y de multiplicarse la aplicación de procedimientos médicos a los que miles de dominicanos acuden cada año con ingresos a salas de cirugías ahora más disponibles, obtener sangre para transfusiones sigue tan incierto, tan poco garantizado, como hace media centuria y cuidado. Sencillamente, porque, para riesgosa desprotección de pacientes urgidos del referido fluido vital, esta sociedad carece de una cultura de donación que persiste por insólita omisión de quienes deben promoverla; siendo el único mecanismo idóneo para la vigencia nacional de bancos de sangre. Un vacío que ha hecho proliferar el comercio de este elemento clave para la vida y la salud. Centros privados de mercantil almacenamiento sin transparencias y sin certificación. Un país dotado de equipos y estructuras apropiados para atender necesidades de sangre a partir de una gran inversión es a la vez huérfano de políticas motivacionales de Estado que fomenten en la colectividad conductas solidarias.
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Que promuevan contribuir espontáneamente a la permanencia de reservas de un líquido imprescindible para la existencia a ser captado por sistemas públicos que operen abiertos a la generosidad. La prueba más elocuente del desamparo reinante es que el moderno hemocentro estatal con que cuenta la ciudad de Santo Domingo no está en condiciones de llenar su cometido siquiera con hospitales que le rodean; y no recibe asignación presupuestal satisfactoria para sus funciones de salvación.