Zohran Mamdani y el regreso de una palabra olvidada: la socialdemocracia

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Por Abril Peña @abrilpenaabreu

En un país acostumbrado a debatir en términos de capitalismo y comunismo, la victoria de Zohran Mamdani, nuevo alcalde de Nueva York, ha reintroducido un término que para muchos estadounidenses suena exótico: socialdemocracia.

Aunque Mamdani pertenece al Partido Demócrata, se define a sí mismo como social demócrata, una corriente ideológica que en otras latitudes es sinónimo de estabilidad, Estado de bienestar y equilibrio entre mercado y justicia social, pero que en Estados Unidos sigue siendo vista con sospecha, incluso por algunos dentro de su propio partido.

Entre etiquetas y fantasmas ideológicos

Donald Trump y sus seguidores no tardaron en colocarle la etiqueta de comunista, una reacción previsible en un país donde, durante décadas, cualquier política pública que huela a redistribución o a intervención estatal ha sido interpretada como una amenaza al “sueño americano”.

Sin embargo, nada más alejado del comunismo clásico que la socialdemocracia. Mientras el comunismo aspira a abolir la propiedad privada y el libre mercado, la socialdemocracia parte del capitalismo, pero busca humanizarlo: introducirle conciencia social, seguridad colectiva, derechos laborales, salud y educación como bienes públicos, no como privilegios.

El malentendido norteamericano

Parte del problema es semántico y cultural. En Estados Unidos, las ideologías políticas se han construido sobre la base de un bipartidismo pragmático y empresarial. Allí, el capitalismo no es solo un modelo económico, sino una identidad nacional.

Por eso, cuando un político como Mamdani habla de vivienda pública, impuestos progresivos o acceso universal a la salud, muchos interpretan que está “radicalizando” la política, cuando en realidad se mueve dentro de una corriente que en Europa y América Latina es casi de sentido común.

EE.UU. ya tiene décadas de socialdemocracia, aunque no lo admita

Lo irónico es que Estados Unidos ya vive dentro de una arquitectura socialdemócrata parcial desde hace casi un siglo.

El New Deal de Franklin D. Roosevelt, tras la Gran Depresión de 1929, incorporó al Estado como actor económico y moral.

De esa época nacieron pilares como la Seguridad Social, el salario mínimo, los programas de empleo público y el derecho a la sindicalización.

Más tarde, Lyndon B. Johnson profundizó ese legado con su “Great Society”, creando Medicare, Medicaid y políticas contra la pobreza.

Hoy, programas como el Obamacare, las regulaciones financieras o los subsidios agrícolas son ejemplos modernos de políticas socialdemócratas en pleno corazón del capitalismo norteamericano.

Estados Unidos no es —ni será— una socialdemocracia al estilo nórdico, pero sí ha asimilado su espíritu: la idea de que el mercado necesita frenos y contrapesos para no devorarse a la sociedad que lo sostiene.

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En la práctica, ni el comunismo puro ni el capitalismo puro existen.

Los países comunistas han terminado incorporando mecanismos de mercado, como China, que mantiene un control político férreo pero una economía orientada al comercio global.

Y las democracias capitalistas, desde Canadá hasta Alemania, mantienen redes de protección social, impuestos progresivos y participación estatal en sectores estratégicos.

La diferencia está en el grado de intervención y en la finalidad política: si el objetivo es acumular o redistribuir, competir o equilibrar, producir riqueza o producir bienestar.

Mamdani y la nueva sensibilidad progresista

El discurso de Zohran Mamdani, hijo de inmigrantes y defensor de políticas de justicia económica, representa un cambio generacional dentro del Partido Demócrata.

No se trata de romper con el capitalismo, sino de reconciliarlo con la dignidad humana, algo que hace décadas dejó de ser patrimonio exclusivo de la izquierda.

Su llegada al poder municipal en Nueva York, la ciudad símbolo del capitalismo financiero, tiene un peso simbólico enorme: confirma que incluso el corazón del sistema empieza a reconocer que la desigualdad y la exclusión ya no son sostenibles ni económica ni políticamente.

Tal vez ha llegado el momento de que Estados Unidos se reconozca como lo que en parte ya es: una economía de mercado con alma socialdemócrata.

Y tal vez América Latina, que tantas veces copia los extremos de otros, pueda mirar con atención este matiz ideológico —ni comunista ni neoliberal— donde el Estado no sustituye al mercado, pero tampoco se arrodilla ante él.

Porque el verdadero debate del siglo XXI no será entre capitalismo y comunismo, sino entre capitalismo salvaje y capitalismo social, entre sociedades que compiten y sociedades que cuidan.







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