El privilegio del volante: cuando la genuflexión se convierte en norma

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Por: Luis Ma. Ruiz Pou -10/11/2025-

El actual director del INTRANT, Milton Morrison, asumió el cargo con el compromiso de ejecutar la Ley 63-17 y mejorar la eficiencia del sistema de tránsito, pero aún no ha emitido declaraciones específicas sobre las violaciones toleradas bajo el “Código del Padre de Familia”

El genuflexo, es la persona que se arrodilla como reverencia ante un poder superior. Desde tiempos atrás, nuestra sociedad por su mentalidad estomacal viene acostumbrándose a inclinarse frente al poder que le resolvería el pan de cada día; es decir, la búsqueda de la comida para el sustento de su familia.

Cuando el dominicano con su mentalidad estomacal siente que comida de sus hijos están en peligro porque alguien conspira; suele decir: ¡Fulano está conspirando contra la comida de mis hijos! -Saluda: ¡Fulano como está, oh, aquí buscando el moro! – ¡Aquí buscando la habichuela para mí familia! Es por eso que, sobre la base del padre de familia. se ha constituido una especie de “Código del Padre de Familia” para protegerlos de cualquier violación a las leyes de tránsito, reglas de urbanidad y otras normas sociales.

El “Código del Padre de Familia” no está escrito en ningún reglamento, pero se ejecuta cada día en las calles dominicanas. Es una genuflexión institucional ante el hambre, una reverencia al estómago que convierte la ley en papel mojado. ¿Quién se atreve a multar al que busca el moro?

El clientelismo como blindaje

La permisividad hacia los choferes del transporte público no es simple negligencia: es una estrategia política. En tiempos de campaña, los partidos se cuidan de no “pisar la manguera” de quienes movilizan votos y voluntades. Así, el motoconchista que invade la acera no es sancionado, sino protegido por el pacto tácito entre poder y necesidad.

Recuerdo a un policía del llamado “Ninjas”; todos los días temprano en la mañana, corría a velocidad por encima de la acera en la 27 de febrero, alguien le señaló al AMET de servicio lo que estaba pasando; la respuesta fue: – “Entre bomberos no se pisa manguera”. Al parecer, los agentes se cuidan de no violar el Código del Padre de Familia. Esto revela una cultura de complicidad. No se trata solo de choferes: es un sistema donde la ley se arrodilla ante el hambre, y la autoridad se convierte en espectadora.

El costo social de la impunidad

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Esta tolerancia tiene víctimas: peatones atropellados, ciudadanos humillados, el espacio público convertido en selva. La ley de tránsito no es un lujo, es un pacto de convivencia. Y cuando se rompe, no hay padre de familia que lo justifique. El verdadero padre de familia no es el que viola la ley para alimentar a los suyos, sino el que exige que todos —incluidos los poderosos— la respeten. Porque sin ley, no hay pan que dure, ni calle que salve.

Cuando la ley se arrodilla

La indiferencia de los agentes no es simple omisión: es genuflexión activa. Cada vez que un AMET observa cómo un chofer desmonta pasajeros bajo una señal de “Prohibido”, sin emitir una multa ni levantar la voz, está arrodillándose ante el mito del padre de familia. Cada vez que un motoconchista invade la acera frente a un policía y esta gira la cara, está confirmando que en la República Dominicana hay dos códigos: el legal y el estomacal.

Y si la ley se arrodilla, ¿quién se levanta por los peatones? ¿Quién defiende al ciudadano que no tiene volante ni sindicato, pero sí derechos? ¿Quién protege al niño que cruza la calle y al anciano que espera en la acera?

La genuflexión institucional no alimenta familias: las pone en riesgo. Porque cuando la ley se convierte en privilegio, el caos se disfraza de necesidad, y el Estado deja de ser garante para convertirse en cómplice.

La pregunta ya no es qué hará el director del INTRANT. La pregunta es si se atreverá a ponerse de pie.







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