
Ha pasado apenas una semana desde que se suspendieron los beneficios de SNAP, y el impacto en los neoyorquinos más vulnerables ya se siente con fuerza en toda la ciudad y el estado. Más de tres millones de personas dependían de este apoyo federal para alimentar a sus familias. Hoy, esas mismas familias enfrentan decisiones dolorosas y, en muchos casos, impensables: ¿pagar la renta o comprar comida?, ¿medicinas o una bolsa de arroz? Esta suspensión repentina no solo amenaza con agravar la inseguridad alimentaria, sino que desnuda la fragilidad del sistema de protección social del que dependen tantas comunidades.

En medio de esta creciente incertidumbre, Caridades Católicas de Nueva York ha reaccionado con rapidez, compasión y un compromiso inquebrantable. La semana pasada, durante una visita a la recién renovada Iglesia Católica St. Luke’s en el South Bronx, fui testigo de cómo la ampliación del espacio ha permitido atender a un mayor número de vecinos necesitados. Lo que antes era una pequeña despensa ahora opera como uno de los centros de distribución de alimentos más activos, capaz de responder a un volumen de necesidad que aumenta cada día.
Pero St. Luke’s no es el único punto de apoyo. Caridades Católicas ha organizado distribuciones emergentes en St. Philip Neri y St. Simon Stock–St. Joseph, proporcionando alimentos a cientos de familias por semana. En cada sitio, las filas comienzan temprano. Madres con niños pequeños, personas mayores, trabajadores con turnos rotativos: todos con el mismo objetivo, acceder a lo indispensable para sobrevivir. La suspensión de SNAP ha sido un golpe fuerte y, a medida que los días avanzan, la demanda crece de manera alarmante.
Las organizaciones comunitarias pueden aliviar el dolor, pero no pueden reemplazar un sistema de beneficios que sostiene a millones. Aun así, su labor es vital. Caridades Católicas continúa administrando despensas, comedores comunitarios y entregas de alimentos a domicilio para personas mayores y confinadas en sus hogares. Sus voluntarios y trabajadores sociales se están preparando para responder a una ola de necesidad que, según estiman, podría intensificarse si la suspensión se prolonga.
Mientras tanto, en los hogares afectados, la angustia se mezcla con la incertidumbre. Nadie sabe cuánto durará la interrupción. Lo que sí se sabe es que cada día sin SNAP profundiza la brecha alimentaria que ya existía en muchos barrios de Nueva York. Los comedores y despensas ofrecen alivio, pero la presión sobre estas redes también aumenta. El riesgo de que la crisis se convierta en una emergencia de mayor escala es real.
En esta coyuntura crítica, el llamado a la solidaridad es urgente. La historia demuestra que las comunidades más fuertes son aquellas que se unen en los momentos más difíciles. Y hoy, más que nunca, el apoyo colectivo puede marcar la diferencia entre el hambre y la esperanza.
Caridades Católicas ha reafirmado su compromiso: ningún neoyorquino quedará atrás. Pero esta misión requiere del respaldo de todos. En tiempos de incertidumbre, la compasión es nuestro recurso más poderoso y la responsabilidad compartida, nuestra mejor herramienta para construir un futuro más justo.
J. Antonio Fernández, presidente, Caridades Católicas de la Arquidiócesis de Nueva York



