Lewis Hamilton aterriza en São Paulo con la mirada de quien busca redención. Lo de México dolió. Pudo ser un gran fin de semana, pero se torció entre sanciones, ritmo irregular y una sensación de “esto podía haber sido mucho más”. Mientras Leclerc saboreaba su segundo podio seguido, él apenas rascaba unos puntos. Y aun así, Hamilton llega a Brasil con una sonrisa: Interlagos siempre ha sido su lugar.
“Hemos progresado mucho en el último mes. Espero poder llevar el coche al límite y tener un buen resultado”, dijo en el Media Day. “Es la primera vez que corro aquí con Ferrari, y sé que el coche fue bien el año pasado, así que espero un fin de semana fuerte en el que podamos disfrutar”.
No lo dice por decir. Brasil le ha dado todo: la gloria, la derrota y la emoción pura. Aquí perdió un título. Aquí ganó otro. Aquí el público lo adora como si llevara su bandera tatuada. Y este año, más que nunca, su casco amarillo y el rojo Ferrari parecen hechos para Interlagos.
“Cuando era niño, el primer circuito que conduje en un videojuego fue este. Siempre elegía a Ayrton. Ahora me toca a mí correr con su sueño: un Ferrari rojo con casco amarillo en Brasil. Es muy especial”, confesó.
Hamilton sabe que no está siendo su año. Está a 64 puntos de Leclerc y Ferrari apenas aventaja en uno a Mercedes por el subcampeonato. Pero el ritmo mejora, las sensaciones también, y Brasil —con su clima cambiante y su magia— puede ser el lugar perfecto para volver a rugir.
Aunque también hubo tiempo para el desahogo. Todavía escuece lo de México: “No hay claridad, y eso es parte del problema. Falta transparencia, responsabilidad… Las decisiones se toman en secreto, y eso debe cambiar. No sé si se dan cuenta del peso que tienen sus decisiones”, criticó sobre la FIA.
Y por si había dudas sobre su futuro, lo dejó claro: “Tengo un contrato largo. Es pronto para hablar de renovar”.
Hamilton vuelve al circuito donde empezó a soñar siendo un niño frente al ordenador de su padre, con Ayrton Senna al volante virtual. Este fin de semana, ese niño vuelve… pero vestido de rojo Ferrari.
Y Brasil lo espera como siempre: con el corazón en la mano.
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