La República de los espejitos y los estafadores

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Solo en República Dominicana alguien como Jhonny Portorreal puede seguir recibiendo apoyo y confianza de cientos de personas. Cientos de incautos que todavía creen en la fantasía de que un ‘abogado milagroso’ puede resolverles la vida con fortunas inexistentes. Pero lo más alarmante no es él: somos nosotros. Una sociedad con acceso a toda la información del mundo, pero con una cantidad alarmante de analfabetos funcionales. Gente que sabe leer, pero no comprende; que tiene internet, pero no criterio; que opina de todo, pero no cuestiona nada. Desde los tiempos en que cambiábamos oro por espejitos, nos persigue la misma debilidad: la fascinación por el atajo, por el cuento bonito, por la promesa fácil. De los brujos y curanderos pasamos a los ‘coach financieros’, a los esquemas piramidales, a los falsos inversionistas y a los abogados que venden herencias imaginarias. Cambian las caras, cambian las épocas, pero la ingenuidad sigue siendo la misma. Nos dejamos engañar no porque seamos tontos, sino porque queremos creer. Queremos creer que hay un camino rápido al éxito, que el dinero puede aparecer sin esfuerzo, que el milagro puede más que el trabajo. Y así, personajes como Portorreal no solo existen: prosperan. No porque sean genios del engaño, sino porque hay un país dispuesto a entregarles fe. Un país que no enseña a pensar, sino a repetir. Que no premia la duda, sino la obediencia. Entonces uno se pregunta: ¿cómo vamos a ser potencia regional si todavía nos detenemos por lo que pasa en una casa de reality y no por lo que pasa en los hospitales o en las escuelas? ¿Cómo vamos a avanzar si los poderosos prefieren parecer graciosos que parecer serios, y se suman felices a la ‘chopocracia’? La verdad es amarga, pero necesaria: seguiremos siendo súbditos de nuestra propia ignorancia mientras la fantasía siga siendo más atractiva que el esfuerzo, y el engaño más rentable que el mérito. **REDACCIÓN FV MEDIOS**

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