Cada 24 de octubre el mundo conmemora el Día Mundial contra la Poliomielitis, en honor al nacimiento del doctor Jonas Salk, creador de la primera vacuna inactivada que cambió el curso de una de las enfermedades más temidas del siglo XX. La fecha no es solo un tributo a la ciencia, sino un recordatorio de que los virus, incluso los que parecen derrotados, siempre encuentran formas de regresar cuando la vigilancia decae.
Durante buena parte del siglo pasado, la poliomielitis —conocida también como “parálisis infantil”— se convirtió en sinónimo de miedo y desolación. Afectaba principalmente a los niños, atacando el sistema nervioso y dejando parálisis permanentes o, en los casos más graves, provocando la muerte por insuficiencia respiratoria. Antes de la llegada de la vacuna, miles de familias en todo el mundo vivieron la tragedia de ver a sus hijos depender de los llamados pulmones de acero, grandes cápsulas metálicas que asistían la respiración de los enfermos.
El virus de la polio se transmite principalmente por vía fecal-oral, lo que explica su rápida expansión en contextos de precariedad sanitaria. A mediados del siglo XX, la humanidad comprendió que la única arma eficaz contra esta enfermedad era la inmunización. De ahí surgieron dos hitos científicos: la vacuna inactivada de Salk (1955) y la vacuna oral atenuada desarrollada por Albert Sabin en los años 60, que permitió campañas masivas de vacunación en todo el planeta.

Gracias a ellas, la Iniciativa Global para la Erradicación de la Poliomielitis, lanzada en 1988 por la OMS, UNICEF, Rotary International y los CDC, logró reducir los casos mundiales en más de un 99%. América fue declarada libre de poliovirus salvaje en 1994. Sin embargo, el virus sigue activo en algunos países de Asia y África, y nuevas amenazas han surgido: los llamados virus derivados de la vacuna oral, que pueden circular en comunidades con baja cobertura de inmunización.
**Un éxito que no puede darse por sentado**
La historia demuestra que la polio regresa cuando los programas de vacunación se interrumpen. Brotes recientes en África, Asia e incluso Europa del Este han encendido las alarmas sobre la fragilidad de los sistemas sanitarios y la expansión de la desinformación. La pandemia de COVID-19 agravó esa situación: millones de niños en todo el mundo perdieron sus dosis regulares de vacunas básicas, incluyendo la antipoliomielítica.
El mensaje de la OMS este año es claro: “No detenernos ahora”. Mientras existan países con transmisión activa, ningún territorio está completamente a salvo.
**República Dominicana: tres décadas de vigilancia constante**
República Dominicana registró su último caso de polio salvaje en 1985 y fue incluida en la certificación regional de erradicación de las Américas en 1994. No obstante, el país vivió un episodio de alerta en el año 2000, cuando surgió un brote por un virus derivado de la vacuna oral compartido con Haití. Desde entonces, las autoridades sanitarias han fortalecido el Programa Ampliado de Inmunizaciones (PAI), ampliando coberturas y reforzando la vigilancia epidemiológica.
Actualmente, el esquema nacional contempla tres dosis de vacuna inactivada (IPV) a los 2, 4 y 6 meses, y dos dosis de refuerzo oral (bOPV) a los 18 meses y a los 4 años. Además, la reciente introducción de la vacuna hexavalente, que protege contra seis enfermedades incluyendo la polio, marca un paso importante para reducir la deserción vacunal.
En las campañas más recientes, el Ministerio de Salud Pública y la OPS lograron coberturas cercanas al 95%, aunque aún existen zonas vulnerables donde la migración y la desinformación dificultan alcanzar a todos los niños.
**El desafío dominicano: mantener la inmunidad colectiva**
En tiempos donde el acceso a la información convive con la desconfianza hacia las vacunas, el mayor reto no es tecnológico, sino social. La polio no tiene cura, y un solo caso podría reabrir una cadena de transmisión devastadora. La única barrera eficaz sigue siendo la vacunación oportuna y completa.
Por eso, más que una efeméride, el 24 de octubre debe ser una fecha para renovar el compromiso con la salud pública, la ciencia y la solidaridad global.
El éxito de República Dominicana no debe verse como un punto final, sino como una responsabilidad: proteger lo que se ha ganado para que ninguna generación vuelva a conocer el miedo paralizante de la poliomielitis.
**REDACCIÓN FV MEDIOS**


