Coincidencia o consecuencia: Cuando la confianza cae junto al pasaporte

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Un pasaporte es más que una libreta para viajar. Es un símbolo de confianza internacional, una carta de presentación que dice al mundo: “pueden confiar en quiénes somos y en cómo hacemos las cosas”. Cuando un país gana o pierde posiciones en los rankings globales de movilidad, no se trata solo de estadísticas diplomáticas. Se trata de reputación, seguridad y credibilidad nacional.

El pasaporte dominicano ocupa actualmente un lugar medio-bajo en los índices internacionales, con acceso sin visado o visado a la llegada a alrededor de 70 destinos. Aunque no está en el extremo inferior, sigue muy por detrás de otras naciones latinoamericanas con las que comparte nivel económico o vínculos migratorios.

Hace unos años, bajo la gestión de Miguel Vargas en el MIREX, se hablaba de un plan para modernizar el pasaporte dominicano, incorporar tecnología biométrica y negociar la eliminación del visado Schengen para viajes de corta duración. Aquella conversación —en la que Italia y otros países europeos mostraron apertura— generó expectativas reales: la posibilidad de que un dominicano pudiera entrar a Europa sin visado, como lo hacen ciudadanos de Chile o Costa Rica.

Hoy, sin embargo, en vez de mejorar, el pasaporte dominicano descendió cuatro posiciones en la clasificación global de este año, lo que sugiere una pérdida de confianza o de ritmo institucional en un tema que va más allá del turismo: la percepción internacional del país.

Un pasaporte sólido no solo facilita viajes; fortalece el poder blando de un país. Afecta directamente al comercio, la inversión, la diplomacia y la movilidad profesional. Los países cuyos ciudadanos pueden cruzar fronteras sin visado son percibidos como socios confiables, estables y seguros.

En cambio, cuando un pasaporte acumula restricciones, refleja la desconfianza del entorno internacional, ya sea por debilidades técnicas, déficits en los sistemas de identificación o rezagos en la gestión diplomática.

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En un mundo interconectado, la movilidad es poder. Cada país defiende su reputación con el mismo celo con que resguarda su territorio. Perder terreno en los rankings de pasaportes es, simbólicamente, perder terreno en la mesa global.

El pasaporte de un país es, en muchos sentidos, un espejo de su Estado. Refleja cuánta confianza despiertan sus instituciones, qué tan segura es su documentación y qué tan responsable es su ciudadanía.

De nada sirve tener un documento bonito si no proyecta solidez, respeto y estabilidad. El reto no es estético ni logístico: es político y diplomático. Se trata de reconstruir la confianza que otorga acceso, oportunidades y respeto internacional.

La República Dominicana merece un pasaporte fuerte, no por orgullo, sino porque cada ciudadano que lo porta representa al país en el exterior. Y esa representación debe abrir puertas, no cerrarlas.

**REDACCIÓN FV MEDIOS**