El presidente Luis Abinader parece estar enfrentando una tormenta interna que, si no maneja con equilibrio, podría costarle la estabilidad de su propio partido. En el PRM se libra, de manera anticipada, una competencia feroz por la candidatura presidencial, y en medio de esa carrera el Gobierno ha comenzado a enviar señales que más que fortalecer al partido, lo están dividiendo.

Con intención o no, las decisiones más recientes revelan una preocupante inclinación hacia ciertos sectores internos, lo que ha comenzado a generar fisuras que podrían profundizarse con el tiempo. Un ejemplo claro es el anuncio de que el presidente destinará RD$2,000 millones recuperados de la corrupción al Ministerio de Deportes, encabezado por Kelvin Cruz, para obras de infraestructura deportiva.
De esos recursos, más de RD$1,000 millones serán invertidos solo en la provincia de La Vega, la misma que vio a Cruz renunciar a su cargo como alcalde para convertirse en ministro, en un movimiento político que muchos interpretan como el primer paso para consolidar su liderazgo regional. No es un secreto que Cruz actúa como brazo operativo de David Collado, quien también aspira a la presidencia, lo que convierte esta inversión en un impulso político disfrazado de política pública.
A esto se suma otra decisión que ha levantado ronchas dentro del propio oficialismo: el otorgamiento de RD$4,000 millones a Víctor D’Aza, actual secretario de la Liga Municipal Dominicana y también aspirante a la presidencia, para la ejecución de proyectos de aceras y contenes en los municipios. Días antes de hacerse oficial la asignación, un seguidor de Collado —y por tanto crítico de D’Aza— inició una cruzada mediática advirtiendo que el dinero sería una ventaja política para este último, dañando con esto la imagen del partido a costa de sus propios intereses. Al final el que presionó y chantajeó logró el objetivo.
¡Claro, así cualquiera está primero si ataja el avance de los demás!, escuché a uno decir.
El problema no es solo de forma, sino de fondo: mientras Abinader intenta mantener el control de un partido en efervescencia, está cediendo recursos estratégicos a quienes hoy representan polos de poder enfrentados dentro del PRM; En lugar de apagar los fuegos internos, intentando gobernar, los está alimentando con gasolina fiscal.
La sensación que se percibe es que cada movimiento oficial se evalúa no por su impacto en el país, sino por su beneficio electoral dentro del partido. Esa dinámica, de mantenerse, puede desgastar al gobierno y erosionar la imagen del propio presidente, quien debería ser garante de la imparcialidad y del orden institucional, y no verse como árbitro inclinado de una contienda interna.
Abinader aún está a tiempo de detener esa hemorragia política. Si continúa atajando al que viene al lado, terminará debilitando la cohesión que tanto necesita para culminar su gestión con estabilidad y legado. En política, la neutralidad inteligente vale más que la lealtad mal entendida.
No es la primera vez que el presidente, en su buena voluntad, comete errores políticos que terminan costándole gobernabilidad. Ya lo vivió cuando decidió mantenerse firme en su discurso de no modificar la Constitución para reelegirse. Anunciarlo antes de concluir la campaña encendió la llama interna del PRM, donde muchos entendieron a conveniencia, que el líder estaba pasando la antorcha antes de tiempo. Luego, al ratificar esa postura impulsando una reforma constitucional para autoimpedirse la reelección en su primer trimestre de gobierno, Abinader mostró una coherencia y sentido ético admirables ante una población que ha valorado su firmeza; pero políticamente fue una jugada que debilitó su control sobre el partido. En un entorno donde la lealtad suele medirse por conveniencia y no por principios, su decisión —aunque loable— terminó siendo una salida adelantada al proselitismo, incluso en contra de su propio gobierno.
El presidente debe reencontrarse con el equilibrio, el respeto y la tranquilidad que en algún momento lo distinguieron. Si no lo hace, el cuchillo que hoy afila en el PRM podría terminar incrustados también en su propia presidencia.

