El 11 de septiembre de 2001 estremeció a la humanidad y cambió al mundo. Pero, veintiocho años antes, el 11 de septiembre de 1973, había ocurrido una tragedia que, aunque de proporciones menores, torció el rumbo de la democracia en América Latina.

Sucedió en el Palacio de la Moneda, cuando el presidente de Chile, Salvador Allende, fue víctima de un golpe de Estado artero y alevoso, que incluso lo llevó a quitarse la vida disparándose con una ametralladora que le había regalado el campeón de los revolucionarios latinoamericanos, Fidel Alejandro Castro Ruz.
Los gorilas estaban al acecho. El general Augusto Pinochet se lanzó a la aventura, tragándose al Gobierno de Allende y asumiendo el poder. Desde entonces estableció una tiranía cruel y asquerosa, que desapareció a miles de opositores, incluido al cantautor Víctor Jara. Fueron congregados en el Estadio Nacional y en cuestión de horas, barridos y aniquilados sin piedad. En los siguientes años, continuó la carnicería.
Allende, médico, se enfrentó a opositores crueles e implacables; y al final, lo derribaron. De hecho, su elección presidencial en 1970, tras varios intentos, fue endeble, casi una hazaña. Después de ganar la elección, echó a correr su programa de nacionalizaciones de empresas y sectores estelares, como el cobre y las telecomunicaciones. Otros codiciaban esa riqueza: empresarios chilenos, sectores de Estados Unidos, todos coaligados para tragarse el patrimonio público.
El golpe se anunció en forma de sangre, mucho antes de que se consumara. El jefe del Ejército, René Schneider Chereau, fue asesinado después de la elección de Allende, en 1970. Los golpistas tenían bien afilados sus cañones. Era cuestión de tiempo para sembrar el terror.
Y el terror desató un infierno sobre Chile. La cacería dejó muertes y violencia de Estado, con víctimas a montón; torturas y otros desmanes estropearon vidas y generaron horrores sin fin. La dictadura quedó montada sobre los resortes poderosos de la fuerza. Hasta 1989. El plebiscito arrojó al monstruo del poder. Se restableció la democracia con Patricio Aylwin a la cabeza. El proceso revolucionario del camarada Allende constituyó un experimento que, aunque necesario, quedó abortado y murió en su cuna.


