#Mundo:La inmortalidad | Opinión de Mario Garcés #FVDigital

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Tres días después de que el Festival de Cine de Venecia se rindiera a la versión gótica y oscura del Frankenstein de Guillermo del Toro, Putin y Xi Jinping bravuconeaban sobre la inmortalidad. Mientras el mexicano exploraba la belleza monstruosa del mito de la vida eterna, los presidentes de Rusia y de China parloteaban sobre el timo de la eterna juventud, aplicado a sus descerrajados cuerpos de jerarcas que desafían al mundo. No se me ocurre peor idea en este septiembre quejumbroso que tener la pesadilla impúdica de recrear la quimera de la novela de Mary Shelley con pedazos de algunos de ellos: el torso de Putin, el tupé de Trump, el corazón de Xi Jinping o el bigote de Maduro. Un engendro en toda regla, ahora que todos los Prometeos desencadenados del mundo se han puesto de acuerdo en ser políticos, con la venia de los solícitos votantes. 

Se dice que a diferencia de otras especies del planeta, el hombre es el único ser animado que es consciente de su finitud, circunstancia que azuza el deseo de decir y hacer estupideces, no sea que mañana toque a rebato y haya que plegar las alas. Incluso en España, donde hace cinco siglos Juan Ponce de León llegó a buscar en la Florida la fuente de la eterna juventud, hoy solo hay políticos cabestros, a un lado y a otro, que parece que se les agota el tiempo de vida, porque sueltan excrecencias por la boca como si no fuera a haber un mañana.

El problema de la inmortalidad sería tener que escuchar sempiternamente a tanto mediocre corrompido por el odio. Porque todo lo que se repite aburre. Y, a la inversa, todo lo que aburre, en este país, se repite, quizá porque esas cabezas no dan más de sí. “Siempre hacen más ruido las latas vacías que las llenas. Lo mismo ocurre con los cerebros” decía Truman Capote, que no era un diseñador de ropa. 

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Según he leído, hay ciertas especies de vida que son inmortales, porque, al parecer, se autorregeneran, y se extinguen solo por causas exógenas: la hidra, alguna categoría de medusa o el bogavante americano. Creo que ninguna de estas especies tiene consciencia, aunque cualquiera sabe, fundamentalmente por lo que se refiere al bogavante cuando se combina con el arroz. Lo que sí creo categóricamente es que la inmortalidad biológica sería compatible con la injusticia y el mal, que se transformarían pero nunca desparecerían. Un ser humano sin plazo finito para sus proyectos personales acabaría reclamando una renta universal vitalicia, renunciando a la procreación por sobrepoblación, y convirtiendo los tanatorios en centros de interpretación de la vida eterna. Allí es nada para los aspirantes a la nada infinita.



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