FIFA, el organismo rector global del fútbol, anunció este jueves que los boletos para el próximo Mundial 2026 (copatrocinado por México, Estados Unidos y Canadá) se venderán mediante precios dinámicos. El controvertido método, con precios que fluctúan según la demanda, implica que los aficionados pagarán más de 6.700 dólares por un asiento de primera categoría para la final del 19 de julio en el MetLife Stadium de Nueva Jersey, aproximadamente cuatro veces el costo de la final de Qatar 2022. Este precio inicial aplica para quienes logren obtener un boleto en la primera fase de venta anticipada, sin incluir paquetes de hospitalidad.
La última vez que Estados Unidos albergó el Mundial, en 1994, no existían los precios dinámicos en el deporte, excepto mediante revendedores. En la final entre Brasil e Italia en Los Ángeles, un boleto costaba solo 60 dólares (equivalentes a 130 dólares en 2025).

El fútbol, como industria del entretenimiento, sigue así el camino de artistas como Bruce Springsteen, Beyoncé y Oasis, quienes han utilizado esta técnica—aunque Oasis la retiró en sus conciertos en Estados Unidos tras protestas de fanáticos. Pese a todo, los eventos suelen agotarse, y los consumidores se familiarizan cada vez más con el concepto, similar a precios variables en vacaciones escolares o servicios como Uber en hora pico.
Sin embargo, FIFA debería ser cautelosa. Durante la Copa Mundial de Clubes de este verano en EE.UU., el uso de precios dinámicos resultó en visiblemente menos asistencia y ambiente en algunos partidos. Para la semifinal entre Chelsea y Fluminense en el MetLife Stadium, los boletos cayeron hasta 13 dólares—menos que una cerveza en el estadio—tres días después de costar 473 dólares, en un intento de FIFA por llenar las gradas.
Esta práctica, ya sea llamada precios dinámicos, surge pricing o especulación, refleja avaricia y prioriza ganancias sobre accesibilidad. No sorprende que FIFA, un organismo frecuentemente cuestionado, adopte esta medida. Sus decisiones suelen guiarse por el dinero: incluso con baja asistencia, sus arcas se benefician de acuerdos de transmisión por casi 4.000 millones de dólares y patrocinios por 3.000 millones.
Irónicamente, FIFA se define como organización sin fines de lucro, pero proyecta ingresos de 13.000 millones de dólares en el ciclo actual, mientras su presidente, Gianni Infantino, recibe una compensación de alrededor de 5 millones. Infantino, quien inicialmente representó un cambio tras la era corrupta de Sepp Blatter, ahora es criticado por asociarse con líderes polémicos como Vladimir Putin y Mohammed bin Salman, y por visitar reiteradamente a Donald Trump.
FIFA argumenta que su misión es “hacer crecer el juego”, justificando sedes en Rusia 2018 y Qatar 2022, pero esto contradice la realidad: expandir el fútbol requiere accesibilidad, no alianzas con regímenes cuestionables o prácticas de precios abusivas. El fútbol es global gracias a sus aficionados—extras no remunerados, leales y apasionados—y lo mínimo que FIFA podría hacer es facilitar su acceso, no explotarlos económicamente. Después de todo, tiene recursos de sobra.
Gavin Newsham ganó el premio Mejor Nuevo Escritor en los National Sporting Club Book Awards por su primer libro, ‘John Daly: Letting the Big Dog Eat’.
**REDACCIÓN FV MEDIOS**


