Lo ocurrido a la joven de Villa González es un horror que exhibe lo peor de la sociedad dominicana. Más allá de los abusadores, resulta alarmante la manera en que el video de su tragedia se ha propagado como pólvora, avivado por la curiosidad morbosa de miles. Esa sed insaciable de imágenes atroces dice más de nuestra enfermedad colectiva que del crimen mismo.
¿Acaso hemos olvidado que tenemos madres, hermanas o hijas? En realidad, no es nuevo. Lo vimos en los cuerpos destrozados que circulan tras cada accidente, en el torso expuesto del joven muerto en Los Cacicazgos, en el cadáver torturado del “niño fantasma” de Higüey, o en los desgarradores gritos captados en Jet Set. Desde la vieja “Revista Sucesos” hasta hoy, el derecho al honor y a la intimidad se ha vuelto un eufemismo.

La víctima de hoy no solo enfrentará un proceso judicial, sino también un paredón público de juicios morales que revivirán una y otra vez su horror. Una quema simbólica donde la justicia se confunde con el espectáculo.
La diferencia con países como Francia, donde la ley prohíbe tajantemente difundir imágenes de este tipo, es abismal. Aquí, incluso desde la propia fiscalía se filtran interrogatorios de menores y videos de víctimas, alimentando a una sociedad cada vez más adicta a la sangre.
A mayor exposición, menor humanidad. No nos engañemos: estamos entrenando a la sociedad a normalizar la crueldad, acercándonos peligrosamente a esa imagen del vecino que juega fútbol con cabezas humanas. Si parece exagerado, basta con contar cuántos editoriales hemos tenido que escribir este mismo año sobre atrocidades similares.
La pregunta, entonces, no es qué tan enfermos estamos, sino hasta dónde dejaremos que llegue la deshumanización antes de reaccionar.
**REDACCIÓN FV MEDIOS**


