En geopolítica, los países no actúan por caridad ni altruismo. Estados Unidos no mira hoy hacia Venezuela por amor a la democracia, sino porque el petróleo sigue siendo la columna vertebral de la seguridad energética mundial. Quien controle esa llave, controla parte del tablero.
Soy contraria a las injerencias, pero entiendo el juego del poder: cada nación termina aceptando sus gobiernos o sus dictaduras, y el paso hacia la democracia debe ser liderado desde dentro, no impuesto desde afuera. América Latina sigue siendo el patio trasero de Washington, nos guste o no. Y si en algún momento la región quiere negociar en mejores condiciones, tendrá que hacerlo no desde la desventaja, sino con una agenda común que aún está lejos de construirse.

El interés de EE.UU. en Venezuela no es nuevo, pero hoy se reconfigura en un contexto internacional distinto: China, Rusia e India han aumentado su poder; Europa luce debilitada, fragmentada y más preocupada por su propia crisis; y Washington se ve obligado a cerrar filas en su hemisferio.
En ese marco, la presencia naval en el Caribe no parece preludio de una invasión, sino de un cerco estratégico: encarecer la colocación del crudo venezolano hacia Asia, aumentar la presión económica y forzar a Maduro a navegar en aguas cada vez más estrechas.
A esto se suma la judicialización internacional: acusaciones de narcotráfico contra figuras del chavismo, sanciones financieras y restricciones que buscan no solo aislar al gobierno, sino también impedir que las operaciones del narco fluyan con normalidad. Washington entiende que la presión no es solo militar ni económica, sino también judicial y reputacional, minando la legitimidad de las élites en Caracas.
Ahora bien, una implosión interna del régimen, aunque no puede descartarse, no le conviene a nadie. El vacío de poder en un país con más de 28 millones de habitantes, una diáspora de siete millones y el mayor reservorio de petróleo del mundo sería una catástrofe regional. Lo ideal sería una salida escalonada, pactada y definitiva, o al menos una oportunidad de reconversión con nuevos rostros dentro del chavismo que permitan un rediseño político sin desestabilizar al país.
En todo caso, a Maduro “le tienen el agua puesta”. La presión se incrementa desde todos los flancos, y aunque sus aliados externos mantienen silencio, ese silencio no significa respaldo absoluto, sino cálculo frío.
El contraste es evidente. Dictaduras como la de Nicaragua no levantan ronchas, Haití se hunde en la anarquía, México paga con miles de muertos la guerra del narcotráfico y Colombia se desliza en su estabilidad, sin provocar el mismo ruido internacional. Venezuela sí lo provoca porque combina tres factores que despiertan alarmas en Washington: narco, petróleo y alianzas incómodas con China, Rusia e Irán.
La pregunta que queda en el aire es incómoda: ¿de verdad se trata de democracia o se trata de petróleo? ¿Y hasta qué punto América Latina seguirá reaccionando caso por caso, sin una estrategia regional, cada vez que el Tío Sam decida mirar hacia su patio trasero?
**REDACCIÓN FV MEDIOS**


