Las proteínas cumplen funciones clave en el cuerpo. Participan
en la estructura muscular, el mantenimiento de tejidos y la
producción de enzimas y hormonas. Por eso, muchas personas buscan
dietas altas en proteínas para favorecer el aumento de masa
muscular o perder peso. Sin embargo, el interés creciente en estas
dietas ha llevado a que cada vez más personas sobrepasen las
cantidades recomendadas.
Riesgos metabólicos y renales de una ingesta elevada de
proteínas
Una dieta rica en
proteínas exige que el cuerpo procese una mayor cantidad de
productos de desecho nitrogenados. Este proceso sobrecarga los
riñones, ya que deben filtrar y eliminar compuestos como la urea y
el ácido úrico. A largo plazo, esta sobrecarga puede afectar la
función renal, en particular en quienes ya tienen cierta
sensibilidad o enfermedad preexistente. A medida que aumenta la
eliminación de estos desechos, también crece la necesidad de agua,
lo que incrementa el riesgo de deshidratación,
sobre todo si no se ingiere suficiente líquido para compensar la
pérdida.

El exceso de proteínas incrementa la acidez interna, lo que
obliga al cuerpo a buscar estrategias para mantener el equilibrio.
Una de ellas implica el uso de minerales, como el calcio,
provenientes de los huesos.
Acidosis metabólica y
salud ósea
Cuando la dieta es muy alta en proteínas animales, el cuerpo
genera una carga ácida significativa. Para contrarrestarla, utiliza
los minerales de los huesos, lo que debilita la masa ósea a lo
largo del tiempo. Este mecanismo puede favorecer la aparición de
osteoporosis, fracturas y pérdida de densidad
ósea, especialmente en mujeres posmenopáusicas y adultos
mayores.
La eliminación de calcio a través de la orina se ve potenciada,
y cuanto más prolongado sea este desequilibrio, mayor el riesgo de
fracturas y problemas óseos en la vida adulta. Por eso, mantener el
balance entre proteína, calcio y otros nutrientes es clave para
proteger la salud esquelética.
Consecuencias
para los riñones y formación de cálculos
La hiperfiltración renal es uno de los efectos más claros de una
ingesta crónica elevada de proteínas. Este esfuerzo adicional,
cuando se mantiene en el tiempo, puede provocar disminución
progresiva de la función filtrante, sobre todo si hay
predisposición genética o antecedentes de enfermedad renal.
La excreción de calcio y ácido úrico también predispone a la
formación de cálculos renales. Además, los
episodios recurrentes de cólicos o infecciones urinarias pueden
inscribirse en personas que abusan de suplementos proteicos o
consumen cantidades considerablemente por encima de lo
recomendado.
Desequilibrios y efectos en el metabolismo, la digestión y
el sistema cardiovascular
El exceso de proteínas suele desplazar otros alimentos
esenciales de la dieta. Cuando frutas, verduras y cereales
integrales se relegan a un segundo plano, la alimentación comienza
a carecer de micronutrientes indispensables como la fibra,
vitaminas y antioxidantes. A su vez, las dietas hiperproteicas
pueden afectar negativamente la microbiota intestinal, el
metabolismo hormonal y la salud cardiovascular.
La calidad de la fuente proteica también es central. Si la
mayoría de las proteínas proviene de alimentos animales ricos en
grasas saturadas, los riesgos para el corazón y los vasos
sanguíneos aumentan de forma considerable.

Deficiencia de nutrientes esenciales y alteraciones en la
microbiota
Al priorizar el consumo de proteína, muchas personas dejan fuera
del plato alimentos fuentes de fibra y compuestos
bioactivos, claves para el buen funcionamiento digestivo. Esta
reducción puede causar estreñimiento, malestar
abdominal e incluso inflamación intestinal.
Al mismo tiempo, la falta de diversidad en la dieta disminuye la
cantidad y variedad de bacterias beneficiosas en el intestino. Las
alteraciones en la microbiota favorecen la irritación digestiva y
pueden promover procesos inflamatorios que afectan tanto la salud
digestiva como la inmunológica.
Efectos secundarios: mal aliento, sudor intenso y problemas
digestivos
Una característica común en quienes consumen más proteína de la
que requieren es el mal aliento persistente. Esto se relaciona con
el aumento de amoníaco y cuerpos cetónicos en el
metabolismo, que producen ese olor fuerte y desagradable en la boca
o el sudor.
El exceso de proteínas también se asocia a digestiones pesadas,
hinchazón, gases y malestar general. Cuando el cuerpo no consigue
digerir toda la proteína ingerida, parte de ella se fermenta en el
intestino, dando lugar a incomodidad e irritación.
La deshidratación agrava este panorama, pues sin suficiente
agua, los riñones no logran eliminar con eficiencia los residuos y
los síntomas digestivos tienden a empeorar.
Impacto
sobre el peso y el riesgo cardiovascular
Aunque las proteínas generan saciedad y ayudan en el control del
apetito, comerlas en exceso puede terminar contribuyendo al
aumento de peso. El cuerpo transforma cualquier
caloría sobrante, incluidas las provenientes de proteínas, en grasa
acumulada si no se utilizan.
Por otro lado, quienes basan su alimentación en fuentes animales
como carnes rojas y procesadas tienden a consumir más
grasas saturadas. Este tipo de grasa eleva los
valores de colesterol LDL y suma riesgo de enfermedades
cardiovasculares, especialmente cuando se mantiene durante tiempo
prolongado.
El equilibrio es fundamental: una dieta balanceada, que respete
las necesidades reales de
proteína, incluye también variedad de alimentos vegetales y
fuentes saludables de grasa. Mantener este balance no solo protege
el corazón, sino también la salud metabólica y digestiva.



