#Salud: 5 Nutrientes que fortalecen el sistema inmune

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Cuidar el sistema inmune empieza en la mesa. Cada día, la
alimentación suma o resta puntos a las defensas naturales del
organismo. No se trata solo de evitar enfermedades, sino de ayudar
al cuerpo a mantenerse fuerte frente a los desafíos de salud que
surgen en cualquier estación del año. Elegir nutrientes
adecuados
es una decisión clave para darle al sistema
inmunológico el respaldo que necesita.

Nutrientes
esenciales para fortalecer las defensas

El sistema
inmune
depende de una variedad de vitaminas y
minerales
para operar de manera eficiente. Nutrientes como
la vitamina C, D, A, E, así como
zinc y selenio, resultan
imprescindibles por sus efectos positivos en la inmunidad. La
vitamina C contribuye a la formación de células de
defensa y la síntesis de colágeno, además de proteger contra
infecciones respiratorias comunes. Puedes encontrarla
principalmente en cítricos, pimientos, fresas y verduras de hoja
verde.

La vitamina D, conocida como la vitamina del
sol, modula la respuesta inmune y apoya la diferenciación de
células inmunitarias. En climas con poca exposición solar o durante
el invierno, su déficit es frecuente, por lo que conviene priorizar
pescados grasos y huevos en la dieta. La vitamina
A
, que se halla en zanahorias, espinacas y batatas,
contribuye al desarrollo y función de las células T y B, esenciales
en la defensa contra microorganismos.

El zinc y el selenio son
minerales que ayudan a mantener la integridad de las células
inmunitarias y protegen de daños oxidativos. El zinc se encuentra
en carnes, mariscos, legumbres y frutos secos, mientras el selenio
abunda en nueces y pescados. Mantener cantidades óptimas de estos
micronutrientes permite una respuesta inmunitaria más eficaz y
menos prolongada.

El poder de los
antioxidantes naturales

Los antioxidantes defienden las células
inmunitarias del daño causado por los radicales libres. Estos
compuestos, presentes en frutas de colores intensos, verduras y
algunos frutos secos, ayudan a reparar tejidos, mejorar la
cicatrización y preservar la función de las membranas celulares. La
vitamina C, además de estimular la producción de
anticuerpos, mejora la absorción de hierro vegetal y refuerza las
barreras naturales del cuerpo. La vitamina E,
presente en aceites vegetales, semillas y aguacates, protege las
membranas celulares y apoya la función de las células inmunitarias
ante el estrés.

Los polifenoles del maqui, las uvas y el té
verde han ganado notoriedad por su alto poder antioxidante. Incluir
alimentos ricos en estos compuestos ayuda a neutralizar el exceso
de radicales libres y favorece un envejecimiento más lento del
sistema inmune. Así, cada color en el plato suma una capa extra de
protección frente a ambientes contaminados o una vida urbana
exigente.

Foto Freepik

Vitamina D:
modulador clave de la inmunidad

La vitamina D influye directamente en la
capacidad del sistema inmune para responder ante microorganismos.
Participa en la activación de células específicas que identifican y
atacan virus y bacterias. Su déficit, común en adultos mayores y en
quienes viven con poca exposición al sol, aumenta el riesgo de
infecciones respiratorias y compromete la recuperación ante
enfermedades frecuentes.

En la dieta, pescados como el salmón y la caballa, junto con
yemas de huevo y productos lácteos enriquecidos, aportan cantidades
relevantes de vitamina D. La exposición moderada al sol, al menos
unos minutos al día, activa su síntesis natural en la piel.
Factores como el clima, la edad y la pigmentación influyen en los
niveles individuales, por lo que en casos de déficit puede ser
necesario considerar suplementos supervisados por un profesional de
la salud.

Zinc y
selenio: micronutrientes imprescindibles

El zinc sostiene la producción y función de
numerosas células inmunitarias, como los linfocitos y neutrófilos.
Su deficiencia afecta la proliferación celular, retrasa la
respuesta a infecciones y debilita las barreras naturales de la
piel y las mucosas. Las mejores fuentes alimentarias incluyen
carnes magras, mariscos, legumbres y semillas como la de
calabaza.

El selenio, aunque se necesita en pequeñas
cantidades, apoya la actividad de enzimas antioxidantes dentro de
las células inmunitarias. Esto permite que las defensas trabajen de
forma sostenida y se repongan ante el esfuerzo de combatir
patógenos. Se obtiene principalmente de nueces de Brasil, pescados
y cereales integrales.

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Microbiota
intestinal y ácidos grasos: aliados para la inmunidad

Un intestino sano es una línea de defensa poderosa. El
80% de las células inmunitarias reside en el
tracto digestivo, donde la microbiota actúa como filtro frente a
patógenos y regula la inflamación. Mantener un equilibrio en ese
ecosistema depende en gran parte de la dieta.

Los alimentos fermentados como el yogur, kéfir,
kimchi y chucrut, junto a las fibras presentes en legumbres,
plátanos, cebollas y alcachofas, nutren la microbiota y refuerzan
la barrera intestinal. Los probióticos aportan
bacterias beneficiosas, y los prebióticos (fibras
solubles) sirven de alimento para que prosperen. Este binomio
reduce el riesgo de infecciones intestinales y otros trastornos
inmunitarios.

El
papel de la microbiota en la defensa del organismo

Una microbiota diversa y equilibrada ayuda a
entrenar el sistema inmune,
permitiendo respuestas rápidas y controladas ante invasores
externos. Los alimentos ricos en fibra, tanto soluble como
insoluble, actúan como combustible para las bacterias beneficiosas.
Así, las barreras naturales permanecen firmes y el cuerpo dispone
de un escudo extra ante virus y bacterias.

La preferencia por productos integrales, vegetales frescos y
legumbres fortalece la presencia de bacterias buenas. Estos hábitos
alimenticios crean un ambiente hostil para los patógenos y
promueven una recuperación más eficiente tras episodios
infecciosos.


Ácidos grasos omega-3: protección celular y control de la
inflamación

Los ácidos grasos omega-3 aportan estabilidad a
las membranas celulares y regulan la inflamación, dos claves en la
prevención y control de enfermedades. Su consumo favorece la
regulación de las reacciones inmunitarias, evitando respuestas
excesivas y ayudando al cuerpo a recuperarse con más rapidez tras
infecciones.

El pescado azul, especialmente el salmón, la sardina y la
caballa, es la mejor fuente de omega-3. Las semillas de chía,
linaza y nueces son opciones vegetales cargadas de estos ácidos
grasos. Incluirlos tres veces por semana ayuda a mantener la
inflamación bajo control y a reforzar las barreras protectoras de
las células inmunitarias.

Una nutrición completa, basada en alimentos
frescos
y de calidad, representa el primer paso para que
el sistema inmune responda cuando más lo necesita. Seleccionar cada
ingrediente con intención convierte cada comida en una oportunidad
para fortalecer el cuerpo por dentro.

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