#Salud: los 6 consejos de una experta

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Entrar a un baño público nunca es igual que ir al de casa. La
razón es simple: en un espacio tan concurrido se acumulan
microbios, bacterias y virus en superficies que tocan cientos de
personas a diario. La biotecnología ha revelado que estos
ambientes son más complejos de lo que imagina la mayoría
,
pero tomar medidas prácticas puede reducir los riesgos. Lucía
Almagro, especialista en microbiología, propone hábitos sencillos y
efectivos que marcan la diferencia.

Riesgos invisibles y la importancia de la higiene

El baño
público
funciona como un imán para microorganismos difíciles de
ver. Factores como la falta de ventilación y la limpieza esporádica
permiten que bacterias como E.coli,
Salmonella y otros patógenos se multipliquen en
lugares inesperados. Las tapas de los inodoros, los dispensadores
de papel y las manillas suelen alojar estos organismos que pueden
causar desde infecciones gastrointestinales hasta problemas
urinarios.

A diferencia del hogar, donde suele haber rutinas de limpieza y
circulación limitada, en los baños públicos lo aleatorio prevalece:
nunca se sabe cuántas personas han pasado ni cuándo fue la última
desinfección a fondo. Esto aumenta la exposición a gérmenes, aunque
los estudios muestran que los virus más conocidos (como el
VIH o el herpes)
raramente sobreviven mucho tiempo sobre
superficies. Sin embargo, bacterias resistentes permanecen y pueden
transmitirse si no se adoptan medidas de higiene simples y
eficaces.

La propagación suele ocurrir al tocar superficies contaminadas y
luego tocarse la cara, especialmente boca, nariz u
ojos.
Por eso resulta clave fortalecer la rutina de
prevención personal. El lavado minucioso de manos y el uso de
barreras físicas como papel se convierten en aliados indispensables
cuando la prevención depende, en gran parte, de uno mismo.

Foto Freepik

Seis hábitos esenciales según una experta para usar un baño
público

La especialista Lucía Almagro explica que no solo basta con
lavarse las manos. Pequeños gestos, realizados con conocimiento,
pueden disminuir considerablemente las posibilidades de contacto
con microbios dañinos. En primer lugar, recomienda siempre
elegir un inodoro con la tapa bajada. Normalmente,
los aseos que conservan la tapa cerrada tienden a ser menos usados,
y esa menor exposición podría traducirse en menos residuos
microbianos.

Al momento de sentarse o acercarse, evita confiar solo en una
pasada rápida de papel para limpiar la superficie. Es más eficiente
emplear toallitas desinfectantes o aplicar
gel hidroalcohólico sobre papel y luego limpiar la
zona de contacto. Esta práctica ataca un mayor rango de bacterias y
virus, mientras que el papel seco apenas elimina suciedad
visible.

El papel higiénico también merece atención. La especialista
desaconseja utilizar el primer trozo del rollo o
paquete, ya que permanece más expuesto a las manos de otros
usuarios y microgotas. Es preferible tomar papel del interior para
minimizar riesgos. Este gesto sencillo dificulta el contacto
directo con colonias bacterianas que pueden pasar inadvertidas al
ojo, pero no al sistema inmunológico.

Un punto a menudo ignorado es cerrar la tapa antes de
activar la cisterna
. Cuando la cadena se tira con la tapa
abierta se esparcen microgotas minúsculas cargadas de bacterias en
el aire, contaminando superficies cercanas, e incluso la ropa.
Bajar la tapa crea una barrera física efectiva que limita la
dispersión de estos patógenos invisibles.

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Para manipular la tapa, la cadena y la puerta, resulta sensato
no usar las manos directamente. Tomar un poco de papel para agarrar
estas superficies reduce el contacto con áreas que muchos han
tocado sin higiene previa. Dejar de lado la costumbre de tocar todo
con las manos desnudas marca una diferencia, sobre todo si después
uno va a comer, maquillarse o ajustar una mascarilla.

Al salir, el hábito más importante es lavarse bien las
manos
. La pandemia dejó claro que hacerlo con jabón y
durante por lo menos 20 segundos es decisivo para arrastrar y
eliminar la mayoría de los gérmenes acumulados. Cuidado con los
secadores eléctricos, ya que los estudios muestran que no solo no
eliminan bacterias, sino que pueden dispersarlas. Es preferible
secar las manos con toallas de papel, las cuales
absorben la humedad y arrastran parte de los microorganismos fuera
de la piel. Si no hay papel disponible, lo mejor es dejar que las
manos se sequen al aire, en vez de recurrir a secadores que podrían
aumentar la contaminación.

Al integrar estos gestos en la rutina, se construye una barrera
efectiva contra los gérmenes persistentes en baños muy concurridos.
La ciencia respalda la lógica: cada detalle cuenta y suma
protección.

Cuidar la higiene, cuidar la salud

Adoptar hábitos conscientes en baños públicos
convierte una acción cotidiana en un escudo frente a infecciones y
malestares. Pequeños detalles, como seleccionar el inodoro
adecuado, limpiar bien las superficies de contacto y evitar los
secadores eléctricos, ofrecen una defensa sencilla pero poderosa
contra microorganismos dañinos.

El
baño público
seguirá siendo una necesidad, pero con información
clara y rutinas de higiene consistentes, cada persona puede reducir
los riesgos y proteger su bienestar. Modificar el enfoque y
priorizar la salud personal
al entrar en estos espacios
suma tranquilidad, no solo para quien lo practica, sino también
para quienes comparten estos lugares cada día.

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