Medios estadounidenses y europeos se preguntan, y especulan, del por qué China es bien apreciada en África y América Latina, así como en su entorno asiático. Para esos medios no hay otra explicación que no sea la política china de ganar amigos por medio de inversiones y comercio. Y, efectivamente, la implicación económico comercial es un elemento que, en las condiciones que se da, ha ganado afecto más allá de meros intereses.

La gran debilidad de todos los análisis que se vierten en esos lares contra China adolece de una grave falacia: no conocen a China y, por tanto, son incapaces de comprender la cultura e idiosincrasia de una civilización milenaria.
Lo que fuertemente aprecian los que negocian con China es que desde Beijing no amenazan. Sus relaciones son estrictamente estatales, ni gubernamentales ni mucho menos político ideológicas. Ahora mismo se encuentra en Beijing Daniel Noboa, presidente de derecha ecuatoriano. Milei, campeón de la ultraderecha, en campaña dijo no negociaba con comunistas, pero en cuanto entró en la Casa Rosada se montó en un avión rumbo a China. Lo mismo hizo el también de derecha Mauricio Macri, e incluso el brasileño Jair Bolsonaro. Ni se diga la peruana Dina Boluarte.
China negocia y comercia con quien quiera comerciar y negociar, incluso con aquellos que mantienen vínculos oficiales con Taiwán. Con Republica Dominicana se negociaba casi 20 años antes de las relaciones diplomáticas. Igualmente negocia con amigos de Taiwán sabiendo, que, más temprano que tarde, todos reconocerán que la isla es parte de China.
En el nuevo mundo que se ha comenzado a conformar las que fueron potencias hegemónicas han perdido su capacidad irrestricta a dominar las variables geopolíticas dada la irrupción de nuevos actores geoeconómicos y geo militares que, aunque algunos no quieran darse cuenta, son una realidad objetiva.
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Por mucha prepotencia que todavía se derrocha en el planeta, han surgido contrapesos. Por otra parte, los nuevos actores geopolíticos, China y Rusia, y otros en camino, no podrán imponer su voluntad porque ni EEUU ni la Union Europea se extinguen: se debilitan, decaen, pero siguen siendo actores importantes. Lo nuevo, lo verdaderamente nuevo, es que se evaporan los hegemonismos. Nadie podrá imponer su voluntad por lo que, más temprano que tarde, todos habrán de reconocer que no hay otro camino que conciliar y forjar una comunidad civilizada. Ineludible porque lo opuesto sería un holocausto.

