#Salud: ¿Comes rápido? Estos son los tres efectos negativos que sufre tu cuerpo

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En la rutina diaria, las comidas con prisa se han vuelto una
costumbre común. Muchas personas desayunan algo rápido camino al
trabajo o comen cualquier cosa en menos de diez minutos para no
perder tiempo. Aunque podría parecer inofensivo, comer rápidamente
trae consecuencias negativas para la salud del cuerpo y la
mente
, documentadas tanto por médicos como por
investigaciones recientes. Más allá de la incomodidad pasajera en
el estómago, este hábito puede desencadenar problemas físicos y
emocionales de largo plazo.

Aumento de peso y
riesgos metabólicos

Comer deprisa altera la capacidad del cuerpo para identificar
cuándo está realmente satisfecho. Al ingerir alimentos rápidamente,
la señal de saciedad llega demasiado tarde al
cerebro. Esto lleva a consumir más calorías de las necesarias antes
de sentirse lleno, lo que se traduce en un riesgo real de
sobrepeso y, con el tiempo,
obesidad. La relación con los alimentos
ultraprocesados es clara: quienes comen rápido
tienden a escoger opciones menos saludables y con mayor densidad
calórica, como bollería, snacks y platos preparados.

El problema no discrimina edades. Tanto niños como adultos ven
afectada su salud. En la infancia, esta costumbre se vincula con
mayor adiposidad, peor adhesión a la dieta
mediterránea y más probabilidades de padecer obesidad de adultos.
Esta tendencia, observada en centros escolares y familias, preocupa
a pediatras y nutricionistas.

El exceso de comida, sin el tiempo necesario de masticación,
favorece una sobrecarga calórica y aumenta las probabilidades de
padecer síndrome metabólico. Este cuadro,
compuesto por hipertensión, triglicéridos altos y resistencia a la
insulina, eleva de manera significativa las probabilidades de
desarrollar enfermedades cardíacas y diabetes tipo 2.

Consecuencias
sobre presión arterial y glucosa

Comer rápido desajusta los mecanismos internos que regulan la
presión arterial y los niveles de
glucosa en sangre. Los estudios muestran que
quienes mantienen este hábito presentan con mayor frecuencia cifras
elevadas de presión y picos de azúcar tras las comidas. La insulina
no puede hacer su trabajo correctamente, y el metabolismo se
descontrola en poco tiempo.

El procesamiento apresurado de los alimentos, sobre todo al
final del día o fuera de los horarios habituales, afecta el ritmo
circadiano. Como consecuencia, aumenta el riesgo de
obesidad abdominal en mujeres y, en hombres, el de
obesidad generalizada. Los desajustes hormonales, si se mantienen,
abren la puerta a enfermedades cardiovasculares y diabetes tipo 2
incluso en personas jóvenes.

Dificultades
digestivas y malestar estomacal

Al comer rápidamente, la digestión no empieza
en la boca, como debería. Los alimentos llegan casi enteros al
estómago, por lo que este órgano debe hacer un esfuerzo extra para
digerirlos. Esta situación lleva a producir más jugos gástricos y
ralentiza la descomposición de los nutrientes, generando molestias
frecuentes.

El malestar se manifiesta, en muchos casos, como
pesadez, hinchazón y
sensación de plenitud. Es común la aparición de
gases, eructos y flatulencias, ya que tragar rápidamente también
implica deglutir más aire (aerofagia). La digestión incompleta
puede originar náuseas, cólicos y reducción en la absorción de
nutrientes, lo cual, a largo plazo, puede provocar carencias y
empeorar el bienestar general.

Saltarse el proceso natural de masticar bien dificulta el
trabajo de las enzimas orales, que preparan los
alimentos para ser absorbidos de manera eficiente en el intestino
delgado. Sin esta primera etapa, el intestino recibe trozos
demasiado grandes, lo que entorpece su labor y puede provocar
reflujo, distensión abdominal, e incluso intolerancias
alimentarias.

Foto Freepik

Desregulación del
proceso de saciedad

La masticación lenta es clave para que el cerebro detecte a
tiempo la saciedad. Si se reduce este paso, la hormona
leptina no alcanza a enviar la señal de “parar”
hasta que ya se han ingerido calorías en exceso. Este fenómeno
termina con episodios de comer en exceso y, a menudo, genera esa
incómoda sensación de pesadez tras las comidas rápidas.

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Al ignorar las señales internas, el cuerpo pierde práctica en
distinguir el hambre real del simple deseo de comer, lo que
contribuye al desarrollo de conductas poco saludables. Comer atento
y a buen ritmo, en cambio, ayuda a regular tanto la
digestión como las porciones
.

Impacto
en la salud mental y conductas alimentarias

Los efectos de comer apresurado no se limitan al plano físico.
La mente también paga un precio. La conexión entre digestión y
cerebro es profunda, y el ritmo acelerado de vida, junto con la
costumbre de no sentarse a la mesa, favorecen
estrés y ansiedad. Muchos niños y
adultos desarrollan una relación complicada con la comida, marcada
por insatisfacción constante y falta de disfrute.

Saltarse el momento de la comida consciente promueve un entorno
en el que los episodios de comer emocionalmente o de manera
compulsiva se vuelven frecuentes. Esto puede esconderse fácilmente
en la infancia y en varones adultos, dificultando la detección
temprana de trastornos alimentarios.

Comer rápido, además, se asocia con mayor insatisfacción
corporal y malestar psicológico, ya que la persona pierde la
oportunidad de reconectar con las señales de placer y saciedad que
proporciona una comida tranquila. La desconexión entre cuerpo y
mente genera frustración, irritabilidad y baja
autoestima
después de comer.

Trastornos
alimentarios y consecuencias psicológicas

La velocidad al comer es un factor de riesgo para el desarrollo
de bulimia, atracones y otras
alteraciones alimentarias. Las personas que comen rápido tienden a
sentir menos control sobre la cantidad de alimentos ingeridos y
pueden experimentar sentimientos de culpa y vergüenza después de
cada episodio.

Estos problemas suelen pasar desapercibidos en el entorno
familiar y escolar, en parte porque la cultura de la prisa los hace
parecer normales. Sin embargo, son el punto de partida de
situaciones de riesgo para la salud mental. Ansiedad, estado de
ánimo bajo y una mala relación con la propia imagen son
consecuencias frecuentes, afectando la calidad de vida tanto de
niños como de adultos.

El comer
consciente y a ritmo pausado contribuye, en cambio, a romper este
ciclo. Una alimentación centrada en el aquí y el ahora ayuda a
reducir la ansiedad relacionada con la comida, y favorece hábitos
más saludables y una mejor autoestima. Adoptar rutinas de
alimentación más lentas, por tanto, puede ser una de las
mejores decisiones
para cuidar tanto el cuerpo como la
mente.

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