Uno llega a La Haya y respira paz sin conocer demasiado de una ciudad costera, ligada a la presencia allí de la Corte Internacional de Justicia y que se ha convertido en un lugar de paso para estudiantes y turistas, como la tercera urbe más grande de Países Bajos tras Amsterdam y Rotterdam. Es en ella donde se juega el futuro de la defensa y la seguridad globales con una cumbre de la OTAN definida por muchos como “la más difícil de la historia de la Alianza”. La Haya, de hecho, parece un lugar elegido a posta: adalid de la justicia global sirve de punto de encuentro para una organización que dice luchar ahora contra las autocracias como la de Vladimir Putin.

Tal es la relevancia de La Haya que la sede del Gobierno de Países Bajos o el Parlamento están ahí, así como la casa del monarca. Es, en realidad, “la capital jurídica del mundo” y por eso referencia de lo que hay que hacer y lo que no, sobre todo en un momento en el que el derecho internacional está en jaque. “La justicia no es un privilegio de los poderosos, sino un derecho de todos los pueblos”, dice uno de los lemas que se asocia con la ciudad, la cual alberga unas 200 organizaciones internacionales. De hecho, da igual que el clima no sea muy amable para entender la profundidad del lugar, pero este gana mucho cuando el sol se posa sobre los canales o sobre el mar, porque la costa es otra de las grandes virtudes de La Haya. Más allá de centro neurálgico a nivel político, también se ha convertido en punto de conexión entre estudiantes de toda Europa que lo ven como un punto en su camino de formación.
En el ámbito cultural, La Haya se distingue también por su rica vida artística e intelectual. La ciudad fue uno de los núcleos de la llamada Escuela de La Haya, un movimiento pictórico realista del siglo XIX que retrataba escenas del campo, la costa y la vida cotidiana, con un enfoque sobrio y atmosférico. Pintores como Jozef Israëls, Jacob Maris y Anton Mauve formaron parte de este grupo, que influiría más adelante en artistas como Vincent van Gogh.
Además, la ciudad es hogar del Museo Mauritshuis, donde se encuentra la célebre pintura La joven de la perla de Johannes Vermeer, junto con obras maestras de Rembrandt, Rubens y Frans Hals. También se destacan el Museo Gemeentemuseum y el Teatro Real de La Haya, en los que se representan óperas, ballet y música clásica, contribuyendo a la vida cultural vibrante de la ciudad.
Quienes pasan tiempo en ella, entienden La Haya como una ciudad alternativa, que se puede equiparar a grandes capitales como la propia Amsterdam, París o Londres. Por ejemplo, el barrio de Scheveningen, con su playa de arena, su muelle y su faro, es un destino turístico popular durante los meses de verano. Allí se celebran festivales de fuegos artificiales, competiciones de surf y eventos culturales. El contraste entre la solemnidad de las instituciones jurídicas y la informalidad de la vida costera hace de La Haya una ciudad profundamente equilibrada y con muchas facetas: capital de la justicia, punto de calma y también una parada en la Europa más moderna.
“En La Haya, las palabras se convierten en tratados, y las ideas en justicia“, repiten en algún momento quienes han visto y ven cómo las cosas evolucionan en busca de un mundo, en teoría, mejor. Es en La Haya donde se quiere caminar hacia esa meta. Parece, de hecho, que la OTAN no podría haber elegido mejor lugar para iniciar la nueva era de una mayor inversión en defensa, de una reestructuración de su propia razón de ser o de su vuelta a los orígenes mientras el mundo parece en el camino contrario al que pregona La Haya: inestabilidad en vez de más justicia internacional.



