El cloro es un recurso imprescindible para el control de
microorganismos en piscinas públicas y privadas. Mantiene el agua
libre de bacterias y gérmenes que podrían poner en riesgo la salud.
Sin embargo, aunque su utilidad es clara, el contacto frecuente o
prolongado con aguas cloradas suele provocar efectos
secundarios sobre la piel. La mayoría de quienes disfrutan
del verano en piscinas lo nota con el tiempo: sensación de
resequedad, picor y rojeces que, en algunos casos, se agravan hasta
causar lesiones.
Principales
efectos del cloro en la piel
El impacto del
cloro sobre la piel depende tanto de su concentración en el
agua como del tiempo que permanece en contacto con el cuerpo. Las
sustancias oxidantes del cloro, como el hipoclorito sódico, alteran
el equilibrio de lípidos que actúan como defensa natural sobre la
superficie cutánea. Cuando esto sucede, la piel pierde
humedad, se vuelve más reactiva frente a agentes
externos y puede desencadenar diferentes molestias.

Los efectos más frecuentes incluyen sequedad,
descamación, enrojecimiento, picor, aparición de brotes
irritativos, pérdida de aceites naturales, envejecimiento
prematuro y, en casos más graves, erosiones, quemaduras
leves e incluso dermatitis o eccema. Personas con piel atópica,
antecedentes de alergias, niños y adultos mayores presentan un
mayor riesgo de presentar síntomas intensos o de evolucionar hacia
cuadros persistentes.
Deshidratación
y pérdida de la barrera protectora
El efecto más común y visible del cloro sobre la piel es la
deshidratación. Al eliminar aceites y lípidos
esenciales, la piel pierde su función de escudo frente a la
agresión externa, facilitando la evaporación del
agua que contiene de forma natural. La consecuencia
directa es una piel áspera, tirante, con tendencia a la
descamación, y una mayor vulnerabilidad ante otros irritantes, ya
sean ambientales o cosméticos.
A largo plazo, el deterioro de esta barrera protectora puede
dejar la piel expuesta a infecciones, empeorar cuadros de acné,
rosácea o favorecer la aparición de arrugas y signos de
envejecimiento prematuro. Las personas que ya enfrentan
problemas dermatológicos tienden a experimentar un agravamiento,
incluso con exposiciones breves al agua clorada.
Reacciones irritativas
y alérgicas
Además de la sequedad, el contacto con cloro genera
irritaciones inmediatas como enrojecimiento, ardor y
picor. En pieles sensibles o predispuestas, la reacción
puede avanzar a la formación de ampollas, pequeñas zonas de
descamación, brotes de eccema o dermatitis alérgica. Es común
observar estos síntomas en zonas de pliegues, párpados o cuello,
áreas donde la piel es más delgada.
Las exposiciones repetidas multiplican el riesgo de desarrollar
hipersensibilidad, donde basta con pequeños contactos para
desencadenar molestias intensas. La intensidad y frecuencia de
estas reacciones dependen de factores individuales, del estado
previo de la piel y de la calidad del agua, que puede contener
restos de cremas, perfumes o bacterias aunque haya sido
tratada.

Recomendaciones
para prevenir los daños del cloro en la piel
Cuidar la piel antes y después de sumergirse en piscinas
cloradas permite evitar complicaciones. Los expertos coinciden en
que adoptar medidas simples marca una gran diferencia y ayuda a
mantener la salud cutánea incluso en épocas de uso frecuente de
piscinas.
Cuidados
previos y durante la exposición al cloro
Antes de entrar en el agua, resulta clave ducharse
bien para eliminar restos de cremas y sudor, ya que al
contacto con el cloro estos productos pueden originar reacciones
químicas adversas. La recomendación se aplica tanto al cuerpo como
al rostro y cabello. Optar por un protector solar con
ingredientes hidratantes de amplio espectro protege la
piel no solo del sol, sino también refuerza la barrera cutánea
frente al cloro.
Elegir indumentaria de baño que cubra más superficie de
piel ayuda a reducir la absorción de cloro, mientras que
el uso de gorros y gafas protege áreas especialmente vulnerables
como el cuero cabelludo y los ojos. Limitar el tiempo de
permanencia en el agua es otra medida básica, ya que la exposición
prolongada incrementa el daño acumulativo.
Higiene e
hidratación tras el contacto con cloro
Tan pronto como se termina el baño, es recomendable
ducharse con agua tibia y un gel suave sin
perfumes. Esta acción elimina residuos de
cloro y limita la posibilidad de irritaciones posteriores.
Secar la piel con toques suaves y sin frotar evita microlesiones y
respeta la integridad del tejido cutáneo.
En cuanto a la hidratación, conviene aplicar una loción
nutricional o un producto con aloe vera, ácido
hialurónico, avena coloidal o ceramidas, que promueven una
recuperación rápida de la piel, restaurando su nivel de humedad y
fortaleciendo la función barrera. Preferir fórmulas sin alcoholes
ni perfumes agresivos reduce el riesgo de irritaciones adicionales.
El cuidado debe incluir también el rostro y el cuero cabelludo si
estuvieron expuestos.
Mantener una rutina consistente y adaptada al propio tipo de
piel es fundamental para evitar que la sequedad avance y para
preservar el equilibrio del microbioma cutáneo,
cuya alteración puede desencadenar problemas más complejos con el
uso continuado de piscinas cloradas.
El enfoque basado en la prevención, la higiene cuidadosa y la
hidratación continua ayuda a limitar en gran medida los efectos del
cloro, permitiendo disfrutar de las actividades acuáticas con mayor
seguridad y confort.



