La
menopausia puede traer consigo una serie de cambios que muchas
mujeres esperan, como los sofocos o los cambios de humor. Sin
embargo, existen síntomas menos conocidos que pueden aparecer de
forma inesperada. Uno de ellos es el hombro
congelado, un problema que puede ser debilitante y
extremadamente doloroso si no se trata adecuadamente.
¿Qué es el hombro congelado y cómo se relaciona con la
menopausia?
El término médico para el hombro congelado es capsulitis
adhesiva. Este trastorno ocurre cuando el tejido que rodea
la articulación del hombro se inflama, se contrae y se endurece,
causando dolor y reduciendo drásticamente la movilidad. En algunos
casos, incluso actividades simples como usar un abrigo o abrochar
un sujetador pueden resultar imposibles.

Aunque el hombro congelado puede afectar a personas de
diferentes edades y géneros, investigaciones recientes han
encontrado una conexión importante entre esta condición y los
cambios hormonales que ocurren durante
la menopausia. La disminución de los niveles de estrógeno puede
impactar la integridad estructural de los músculos y
articulaciones, lo que aumenta la inflamación y, en
consecuencia, el riesgo de desarrollar este problema.
Reconociendo los primeros
signos
El hombro congelado no comienza de la noche a la mañana. Suele
aparecer de forma gradual, y en sus primeras etapas se puede
confundir con una lesión menor o con el típico dolor muscular. Sin
embargo, si se siente un dolor punzante al mover el hombro en
ciertas direcciones o una rigidez que empeora con el tiempo,
podrían ser señales claras de esta condición.
Es común que las mujeres descarten estos síntomas iniciales,
atribuyéndolos al estrés o a un esfuerzo físico excesivo. Pero
ignorar el problema y optar por el reposo absoluto del brazo puede
agravar la situación. Según especialistas, el
hombro puede permanecer rígido y doloroso durante meses, o incluso
años, si no se toman medidas.
El impacto físico y
emocional
El dolor crónico y la movilidad limitada no solo afectan las
actividades diarias, sino que también pueden tener un impacto
emocional significativo. Sentir que el cuerpo ya no responde como
antes puede ser desconcertante. Además, esta pérdida de función,
unida a otros síntomas de la menopausia como el insomnio o los
cambios de humor, puede mermar la autoestima y la
calidad de vida.
La clave está en el
movimiento
Uno de los primeros instintos cuando se siente dolor en el
hombro es evitar cualquier tipo de movimiento. Sin embargo, lejos
de ser una solución, permanecer inactivo puede empeorar la
condición. El movimiento controlado y guiado es
crucial para recuperar la movilidad y reducir el dolor.
Especialistas en fisioterapia recomiendan comenzar con
estiramientos lentos y suaves que trabajen el
rango de movimiento del hombro. Con el tiempo, es posible
incorporar ejercicios de resistencia con bandas elásticas o pesas
ligeras. La clave está en avanzar de forma gradual y prestar
atención al cuerpo, sin forzar movimientos que provoquen dolor
intenso.

Ejercicios que hacen la
diferencia
Algunos ejercicios específicos han demostrado ser muy efectivos
para tratar el hombro congelado:
Estiramiento en marco de puerta: apoyar el
brazo en el marco de una puerta y desplazar lentamente el cuerpo
hacia adelante hasta sentir un estiramiento en el hombro y el
pecho. Mantener la posición durante 30 segundos.
Rotación interna con banda elástica: sostener
una banda elástica con ambas manos y mover el brazo afectado hacia
adentro, manteniendo el codo cerca del cuerpo. Repetir varias
veces.
Estiramiento con toalla: sosteniendo una toalla
detrás de la espalda, usar el brazo sano para elevar suavemente el
brazo afectado. Mantener la posición unos segundos y repetir.
Además, la práctica de yoga con posturas
destinadas a abrir el pecho y los hombros puede complementar
perfectamente cualquier rutina de rehabilitación.
Cuidando de tu cuerpo
a largo plazo
El hombro congelado puede ser un llamado de atención para
prestar más atención al cuidado muscular y
articular durante la
menopausia. Con la disminución de los niveles de estrógeno,
también disminuye la masa muscular y la densidad ósea, lo que
aumenta la importancia de mantener el cuerpo activo.
Incorporar ejercicios de fuerza, como levantamiento de
pesas livianas, no solo ayuda a prevenir problemas futuros
en las articulaciones, sino que también mejora el equilibrio,
tonifica el cuerpo y refuerza la postura. Además, la
actividad física regular tiene beneficios adicionales, como la
mejora del estado de ánimo y la disminución del riesgo de
enfermedades cardiovasculares.
Más allá
del ejercicio: una estrategia integral
Si bien el movimiento es fundamental, la alimentación
balanceada juega un papel igual de importante. Incluir
alimentos ricos en calcio, vitamina D y
proteínas puede ayudar a mantener la salud ósea y muscular. Por
otro lado, mantener un peso saludable también es crucial, ya que el
exceso de peso pone más presión sobre las articulaciones.
Para aquellas mujeres que enfrentan síntomas graves, las
terapias hormonales pueden ser una opción a considerar. Sin
embargo, es vital consultar con un médico antes de iniciar
cualquier tratamiento.


