¿Qué puede hacer la F1 ante la ola de odio en redes sociales? #F1 #FVDigital

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Docenas de aficionados coreaban su nombre mientras su piloto favorito de Fórmula 1 subía al muro de boxes tras la carrera para saludarlos. Pero no se trataba de un piloto de Ferrari celebrando, digamos, un podio en casa. Era Franco Colapinto, de Alpine, que había terminado 16º tras un primer gran premio bastante discreto en su regreso a la F1.

La atención que rodea a Colapinto cuesta de creer. El piloto de 21 años apareció prácticamente de la nada el año pasado, al recibir el asiento de Logan Sargeant en Williams durante Monza, después de impresionar al jefe del equipo, James Vowles, con su trabajo como piloto reserva y una sesión de entrenamientos libres en Silverstone.

Poco podía imaginar Williams el aumento de interés y escrutinio que vendría después, ya que Argentina anhelaba a su próximo héroe deportivo, 23 años después de su último representante en la parrilla de F1. La audiencia televisiva en la región se disparó, al igual que la cantidad de aficionados argentinos que viajaban a cualquier carrera que podían. Pero, junto con ese aluvión de interés, llegó una corriente subterránea mucho más siniestra de tribalismo y abuso, que ha impregnado la categoría desde su salto a la fama con la serie de Netflix Drive to Survive, recientemente ganadora de su segundo Sports Emmy.

El comportamiento del fútbol es lo último de lo que deberían inspirarse los fans de F1

La actitud de “nosotros contra ellos”, tan propia del fútbol y otros deportes, ha ido filtrándose en la F1 a medida que el campeonato atrae a una audiencia mucho más amplia y menos conocedora, coincidiendo con la irrupción de las redes sociales.

La amarga lucha por el título de 2021 entre Lewis Hamilton y Max Verstappen degeneró en una guerra tóxica en internet, con abusos por parte de facciones de ambos bandos. También se atacó a terceros como el director de carrera de la FIA, Michael Masi, y al piloto de Williams Nicholas Latifi, cuyo accidente en Abu Dabi fue el detonante del desenlace polémico que acabó dando el título a Verstappen. Liam Lawson, de Racing Bulls, también sufrió abusos tras un incidente con Sergio Pérez en el GP de México del año pasado, mientras se jugaba efectivamente el asiento de Red Bull del mexicano.

Ahora que Colapinto ha regresado como piloto reserva de Alpine este año, parte de su creciente base de seguidores ha comenzado a acosar en redes sociales a Jack Doohan, su rival directo por ese asiento.

Abuse started to be directed at Doohan as soon as Colapinto entered the Alpine picture

Foto de: Zak Mauger / Motorsport Images

El asunto estalló el pasado fin de semana en el GP de Emilia-Romagna; la primera carrera en la que Colapinto reemplazó a Doohan como piloto oficial de Alpine. Una cuenta parodia fabricó una historia de Instagram del padre de Doohan, en la que supuestamente se burlaba del accidente en clasificación de Colapinto. Algunos medios argentinos la dieron por cierta y esto desató una nueva oleada de abusos. Tsunoda también fue blanco de cuentas argentinas tras un incidente leve y habitual con Colapinto durante los libres del viernes en Imola, donde el piloto de Red Bull fue criticado por hacerle gestos.

Es importante destacar que hablamos de una minoría ruidosa, y que muchos aficionados argentinos también respondieron a las publicaciones de Tsunoda en Instagram con mensajes de apoyo al japonés, disculpándose por el comportamiento de otros. Y los ejemplos mencionados demuestran que no es solo un problema argentino, ni únicamente del automovilismo.

Pero aunque generalizar no ayuda, también sería un error ignorar el elefante en la habitación: ciertos sectores del público argentino están adoptando una cultura deportiva que ha normalizado el vitriolo y la violencia mucho más que en otros países. En 2018, la final de la Copa Libertadores —el equivalente sudamericano de la Champions League— entre Boca Juniors y River Plate tuvo que ser pospuesta porque el autobús de Boca fue atacado de camino al estadio, dejando a varios jugadores heridos. La segunda parte de aquella final acabó disputándose en Madrid por motivos de seguridad.

Este es un efecto secundario desafortunado de una cultura de afición muy pasional y patriótica, que se ha trasladado a otros deportes. Cuando el as del turismo Agustín Canapino llegó a la IndyCar en 2023 con el equipo Juncos Hollinger Racing —de propiedad parcialmente argentina—, su compañero Callum Ilott fue víctima de abusos en varias ocasiones. En 2024, el piloto de McLaren Theo Pourchaire denunció haber recibido amenazas de muerte tras un toque con el argentino en el GP de Detroit.

Como resultado, Canapino abandonó la serie e incluso McLaren rompió su alianza con Juncos, ya que el comportamiento de ciertos fans estaba perjudicando más que ayudando al ídolo que decían defender. Quienes han acosado a Doohan, Tsunoda y otros en nombre de Colapinto deberían tenerlo en cuenta. El propio Colapinto ha pedido respeto hacia sus rivales.

Canapino losing his IndyCar drive shows how abusive fans can hinder the drivers they idolise

Foto de: Josh Tons / Motorsport Images

¿Qué puede hacer realmente la comunidad del automovilismo?

El problema que enfrenta la F1 —y otros deportes— es propio de la era actual. ¿Te imaginas redes sociales en los tiempos de Ayrton Senna y Alain Prost?

Pero cómo abordar de forma efectiva la toxicidad online es otro asunto. Con buena intención, la comunidad del motor ya ha tomado medidas. En 2023, la FIA lanzó la campaña Unidos contra el Abuso Online (UAOA), colaborando con organizaciones deportivas, gobiernos y empresas tecnológicas para rastrear el abuso en línea y buscar soluciones. La FOM y los equipos también han trabajado para frenar estos comportamientos, con sus equipos digitales bloqueando activamente contenido inapropiado.

A medida que las redes sociales se han convertido en una vía principal para consumir información, parte de la responsabilidad también recae en los medios tradicionales. Algunas empresas publican contenido provocador a propósito, y hasta los medios con mejores intenciones suelen tener dificultades para aportar contexto y matices en redes, donde el tiempo, el espacio y la atención son limitados.

La publicación falsa atribuida a Mick Doohan —hecha por una cuenta conocida por la sátira— fue tomada como real por el canal argentino con los derechos de TV, del que dependen muchos seguidores locales, sobre todo los más nuevos que se han sumado a la “Colapintomanía”. El canal pidió disculpas, pero el daño ya estaba hecho.

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Quizás todos los medios puedan sacar lecciones de lo ocurrido en Imola. Pero hay un límite a lo que equipos, medios y federaciones pueden hacer sin la colaboración de las propias plataformas sociales. Y ahí parece estar el gran escollo.

Un portavoz de FOM dijo: “La F1 es una comunidad unida, y todos condenamos estos actos. Seguiremos trabajando juntos para bloquear y denunciar el abuso ante las plataformas, pero necesitamos que estas hagan más para frenar la propagación de comentarios y comportamientos despreciables.”

F1 has waded into the debate and called on social media companies to do more

Foto de: Sam Bloxham / Motorsport Images

Meta, la empresa matriz de Facebook e Instagram, anunció a principios de año una gran reducción en su equipo de moderación de contenidos, algo que fue criticado por su propio consejo de supervisión por no hacer lo suficiente para frenar la difusión de contenido nocivo. Desde que Elon Musk compró Twitter —ahora X— también ha habido recortes en los equipos globales de moderación bajo la bandera de la libertad de expresión.

Los gobiernos también están afrontando este problema endémico. Australia, por ejemplo, ha prohibido el acceso a redes sociales a menores de 16 años. Otras administraciones están siguiendo de cerca su ejemplo.

Meter al genio de las redes sociales de vuelta en la botella no es una opción. Así que, hasta que las plataformas reaccionen —o se vean obligadas a hacerlo—, tal vez dependa de todos nosotros educar y actuar con responsabilidad, aunque el camino sea complicado.

En este artículo

Filip Cleeren

Fórmula 1

Jack Doohan

Yuki Tsunoda

Franco Colapinto

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