“Traté de crear zombis vivientes… pero nunca funcionó. Matar no era el objetivo. Quería tener a las personas bajo mi completo control”. En 1994, el periodista Stone Philips entrevistó en exclusiva para la NBC a Jeffrey Dahmer, uno de los asesinos más macabros de todos los tiempos, que nacía tal día como hoy, un 21 de mayo de 1960. La exitosa serie de Netflix lo popularizó, pero el caníbal de Milwaukee ya era uno de los perfiles criminales más estudiados en criminología, y de los más complejos a los que jamás se había enfrentado la justicia.

Nació en una familia de clase media de Wisconsin. Desde pequeño mostró un interés morboso por los animales muertos. Descubrió la pulsión por las vísceras en clase de biología y comenzó a experimentar por su cuenta. Su padre era químico, su madre una ama de casa con problemas de salud mental. Solían discutir, pero Dahmer no vivió traumas especialmente reseñables, no hubo en su infancia un factor detonante que explicara sus pulsiones. “No sé por qué lo hacía, no consigo entenderlo”, le confesaba al periodista Stone Philips en aquella famosa entrevista televisada, grabada desde el correccional de Columbia y que, posiblemente, hoy en día no se hubiera permitido emitir.
“Con 14 o 15 años empecé a tener pensamientos obsesivos de violencia mezclados con sexo. Y con el tiempo fue a peor”. Cometió su primer crimen en 1978. Recogió a un autoestopista de 19 años, lo llevó a su casa y, tras beber un rato, lo mató. Aunque lo más terrible vendría después. Diseccionó su cuerpo, manipuló sus restos, experimentó con ellos. Tardó casi una década en volver a matar y, desde entonces, fue incapaz de parar. Acabó condenado por 17 asesinatos a un total de 16 cadenas perpetuas.
La mayor parte de sus víctimas eran hombres jóvenes, en muchos casos homosexuales, o en una situación vulnerable de la que Dahmer se aprovechaba. Los abordaba en bares de alterne, centros comerciales o en la misma calle. Los seducía, les ofrecía dinero para que posasen para él. Cómo imaginar que acabarían convirtiéndose en foco de depravación, deshumanizados como marionetas sexuales.
Los sedaba introduciendo sustancias en la bebida hasta dormirlos. Una vez inconscientes, jugaba con sus cuerpos. Les inyectaba ácido, agua hirviendo, directamente en el cerebro, como si de una lobotomía se tratase. Buscaba convertir a sus víctimas en zombis sexuales, a plena merced de sus desvíos. Los quería sumisos. Después de matarlos, mantenía relaciones sexuales con ellos. Guardaba partes de sus cuerpos como trofeos. Llegó a cocinarlos y a comérselos.
Decenas de especialistas trataron de encontrarle una razón, una explicación científica o psiquiátrica a sus actos. Dahmer decía matar para evitar que las personas le dejaran. Quería tener control absoluto, despojarlos de toda voluntad, poseerlos hasta después de la muerte. El miedo al abandono era una constante. Aquel joven retraído, con problemas de alcoholismo desde una edad temprana, admitió ser incapaz de frenarse. Era consciente de estar haciendo el mal, pero el impulso, según él, le vencía.
No mostraba emoción alguna al describir sus crímenes, sin embargo, en paralelo, con semblante inerte y pasivo, afirmaba estar arrepentido. Como si se tratase de una víctima de sí mismo. Expresó en varias ocasiones que una persona como él no podía estar en libertad. ¿Son los monstruos son capaces de juzgarse? ¿Se verán como tal? Los expertos que lo estudiaron señalaron rasgos psicopáticos, trastorno de la personalidad esquizoide, trastorno límite, TOC, necrofilia y múltiples parafilias. Aun así, fue considerado plenamente culpable. No se le aplicaron eximentes ni atenuantes por enfermedad mental. Se le consideró, la nivel jurídico, responsable de sus actos. Y así, asumió el total de su condena.
Una vez en prisión, Dahmer se convirtió al cristianismo. Afirmaba sentir un profundo remordimiento por sus crímenes. Buscaba una redención. Durante su condena, comenzó a leer la Biblia con frecuencia. Según varios informes, mostraba un interés genuino por los textos religiosos y por entender los conceptos de pecado, castigo y perdón. Un pastor llegó a bautizarlo en prisión. Declaró que Dahmer parecía sincero, que se hacía preguntas teológicas complejas y asistía con regularidad a estudios bíblicos.
Jeffrey Dahmer fue asesinado el 28 de noviembre de 1994 por Christopher Scarver, un preso con esquizofrenia paranoide, mientras limpiaban juntos una zona del gimnasio de la prisión. Scarver lo golpeó con una barra de metal en la cabeza, causándole heridas mortales. Alegó que Dios le había ordenado hacerlo y que no soportaba las bromas macabras que Dahmer hacía sobre sus crímenes. Según él, Jeffrey se jactaba de su canibalismo. Murió poco después en el hospital. Scarver nunca creyó en su arrepentimiento.
De perfil inabarcable, psique extremamente compleja y modus operandi indescriptible. El mal a veces no tiene razones ni límites. La mente de Jeffrey Dahmer seguirá siendo un misterio del que surgen todavía más interrogantes. ¿Realmente puede un monstruo redimirse? Y si sintiera ese arrepentimiento, ¿merecería el perdón? Él sabía que ni la sociedad ni él mismo no se lo darían. Y por eso, quizá, lo buscó en Dios.




