Hoy, 30 de noviembre, se cumple el 150 aniversario del nacimiento de un hombre considerado por muchos el mejor británico, incluso el mejor líder, de todos los tiempos. Winston Churchill, que murió con 90 años en 1965, fue el ganador de un concurso celebrando 2002 para nombrar los 100 mejores británicos, organizado por la BBC tras una serie de documentales y debates. En un sondeo realizado a un millón de personas, venció a la popularísima Diana, Princesa de Gales, que llegó al tercer puesto, y a grandes científicos como Charles Darwin o Isaac Newton y al incomparable escritor William Shakespeare.
“Si el Reino Unido – su excentricidad, su gran corazón, su fuerza de carácter – tienen que resumirse en una persona, tiene que ser Winston Churchill”, argumentó Mo Mowlam, la exministra del Norte de Irlanda, del gobierno Laborista de Tony Blair.
Cuando murió Churchill, multitudes de personas esperaron en la calle para despedirle y darle las gracias por su papel en la tarea de ganar la Segunda Guerra Mundial contra las fuerzas de Adolf Hitler, Benito Mussolini y Hideki Tojoy. Millones más en todo el mundo vieron su funeral de estado en la Catedral de San Pablo en Londres, retransmitido por la BBC. “Era el hombre que había resucitado el espíritu de libertad y esperanza en un mundo postrado y aturdido bajo el impacto de la arremetida nazi”, escribió el periódico de la izquierdas The Guardian en su editorial después de su muerte.
Churchill había criticado al primer ministro británico Neville Chamberlain por dejar a Hitler conquistar territorios, incluyendo parte de Checoslovaquia, para intentar evitar una guerra. Hasta 1940, la carrera militar y política de Churchill había tenido altibajos, incluyendo fracasos de la Marina Británica en Dardanelles y Gallipoli durante la Primera Guerra Mundial, que terminó forzando su dimisión.
Fue la dimisión de Chamberlain en 1940 la que le convirtió en primer ministro de un Reino Unido ya en plena Segunda Guerra Mundial, y Churchill asumió también el puesto de ministro de defensa para dirigir la batalla contra Hitler.
Frente la brillantez de la propaganda nazi de Goebbels, Churchill convirtió sus discursos en el parlamento y en la radio en una arma para animar a su pueblo durante sus horas más bajas. En uno quiso convencer a los diputados británicos de que había que dejar las peleas políticas internas para luchar contra el fascismo. “No tengo nada que ofrecer salvo sangre, trabajo, lagrimas y sudor”, dijo. Cuando Francia anunció su armisticio con Alemania, en junio de 1940, dijo: “Si podemos hacerle frente (a Hitler), toda Europa podrá ser libre y la vida del mundo podrá avanzar hacia amplias tierras elevadas e iluminadas por el sol”.
Concluyó afirmando que los británicos tenían que cumplir con su deber para que “Si el Imperio Británico y su Commonwealth duran mil años, los hombres dijeran: ‘Esa fue su mejor hora.’”
Era un auténtico showman, empleando aliteración, repetición y pausas, creando poesía. Como dice Nigel Steel, jefe de contenido de The Churchill War Rooms, sus discursos públicos inspiracionales tienen aún más mérito considerando que tartamudeaba y tenía cierto ceceo, que intentaba quitarse repitiendo la frase: “The Spanish ships I cannot see for they are sheltered” (“Los barcos españoles que no puedo ver porque están resguardados”).
Escribió prolíficamente, desde una autobiografía de sus aventuras como oficial y corresponsal de guerra hasta una biografía de su antepasado, el primer duque de Marlborough, y una obra de varios volúmenes sobre la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Ganó en 1955 el premio Nobel de Literatura por “su dominio de la descripción histórica y biográfica así como por su brillante oratoria en la defensa de los exaltados valores humanos”.
Últimamente el legado del gran líder de guerra se ha matizado más, con algunos activistas queriendo tirar sus estatuas e historiadores planteando que fue racista, un debate que indigna a muchos británicos como vimos en el enfado del presentador Piers Morgan con un académico. No es mala idea “reexaminar a nuestros héroes”, como propone el político conservador Daniel Finkelstein en The Times, llegando a la conclusión de que Churchill fue “una persona con fallos y un juicio errático, pero su grandeza se mantiene intacta”.
Terminemos con sus palabras: “Lograr avances a través de un debate rigoroso entre personas libres y nunca tener miedo de decir lo que hay que decir: ese fue el verdadero significado de la victoria que obtuvo Churchill“.