Cuando las acciones son poderosas y ejemplares, en realidad no se necesita acompañarlas de muchas palabras. Fernando Valenzuela, quien falleció el martes en Los Ángeles, fue una enorme prueba de ello.
Reservado, aunque bromista, Valenzuela dejó una huella muy profunda en los aficionados al béisbol, especialmente los del sur de California y no se diga en los mexicanos. Lo hizo con sus actuaciones en el campo de béisbol y también con sus nobles actos afuera de él.
Como si su historia de orígenes humildes, desafiando las probabilidades para llegar al mejor béisbol del mundo, no hubiera sido suficientemente cautivadora para el público, Valenzuela se apoderó de la atención con su talento extraordinario, con su gallardía a toda prueba como competidor y un aura de ídolo que le hizo producir un verdadero fenómeno social en 1981.
Pero más allá de sus logros como pitcher de los Dodgers, los cuales están ampliamente documentados, Fernando Valenzuela tuvo otra faceta al menos igual de significativa: un líder comunitario que eventualmente se convirtió en activista.
Desde su salto a la fama basado en corazón, astucia y ese “screwball” o “tirabuzón” devastador con el cual hacía abanicar a los frustrados bateadores, Fernando les dio a los latinos del área de Los Ángeles una voz que tal vez nunca habían tenido en Estados Unidos. Él los empoderó sin tener que usar palabras.
“Fernando fue un ídolo de muchos de nosotros, de muchachos, de niños”, dijo Benjamín Torres, uno de los fans de los Dodgers que llegaron la misma noche de su muerte a honrar a Valenzuela al estadio de los Dodgers. “Representó el orgullo de ser mexicano, de ser latino, de ver deportistas que se miraban como nuestros hijos, nuestros tíos, nuestros primos. Siempre utilizó su plataforma para avanzar causas cívicas para que la comunidad latina participara y se desarrollara más aquí en Los Ángeles”.
Nomar Garciaparra, exestrella mexicoamericana del béisbol y que trabaja como analista en las transmisiones de los Dodgers en Spectrum, literalmente lloró al aire este miércoles al explicar cómo Valenzuela lo impactó de la mejor forma a él y su familia.
Garciaparra dijo que escuchó en un programa a una aficionada de nombre Rose que llamó para contar su historia, según la cual ella visitaba a sus abuelos siendo niña y acabó haciéndose fan del equipo por todo lo que el lanzador mexicano significaba para ellos, originarios de México.
“Y la razón de que esa historia se quedara conmigo es porque yo tuve la misma historia; mi historia es similar. Somos muchos a lo largo de Los Ángeles, de México, donde el mundo se detenía”, relató Garciaparra, dos veces campeón de bateo de la Liga Americana y seis veces All-Star. “Yo tuve tías y tíos que no tenía la menor idea de que supieran de deportes; en sus casas los deportes no eran tema y nunca estaban en la TV. Pero cuando iba a verlos y Fernando estaba jugando, el mundo se detenía”.
Con la voz quebrada y lágrimas saliendo profusamente, el hombre de 51 años nacido en Los Ángeles agregó: “Él fue inspirador. Él fue inspirador para mí, para creer que puedes conseguir tu sueño”.
Afuera del diamante, Valenzuela dedicó incontables horas en una callada -a su estilo- pero transformadora labor social: visitando aulas escolares. Apenas tras conocerse de su fallecimiento 10 días antes de cumplir 64 años, las fotos del “Toro” platicando con grupos de niños estudiantes hispanos empezaron a circular en las redes sociales.
Para muchos de aquellos niños que hoy son adultos padres de familia o incluso abuelos, esos momentos fueron inolvidables. Valenzuela tal vez no era muy platicador, pero su mera presencia, su sonrisa y sus mensajes simples pero fundamentales empoderaron a la comunidad.
La generosidad de Valenzuela merece ser aplaudida. Primero fueron las escuelas y los eventos comunitarios. Más adelante las fotos y los autógrafos a miles y miles de seguidores suyos que nunca dejaron de verlo con admiración ciega y mucho cariño. Los tumultos afuera del palco de prensa de Dodger Stadium para pedirle un autógrafo antes de que Fernando se retirara se volvieron parte de la experiencia cotidiana en el estadio angelino.
En el verano de 2015, Valenzuela fue nombrado por Barack Obama embajador presidencial de la ciudadanía y la naturalización dos meses después de que se convirtió en ciudadano de los Estados Unidos tras una larga espera para decidir hacerlo.
En sus últimos años, Valenzuela normalmente podía ser visto en la cafetería de la prensa antes de cada partido de los Dodgers, equipo con el que en realidad era muy exigente en cuanto a su labor en el campo. El béisbol tenía que ser de alto calibre para ganar la aprobación del legendario número 34.
Rodeado de colegas comunicadores que aprendieron a respetar su espacio cuando la leyenda llevaba puestos sus lentes oscuros o sus audífonos para escuchar lo que estaba pasando en México con sus Tigres de Quintana Roo, equipo del cual era copropietario, el “Toro” simplemente estaba ahí, siendo el mismo de siempre: a veces serio, a veces bromista, muchas veces irónico.
Este viernes, el béisbol le rendirá tributo a Fernando Valenzuela antes del inicio de la Serie Mundial entre Dodgers y Yankees.
Otra vez, sin necesidad de que hable, el “Toro” tendrá un efecto muy potente en el lugar donde conquistó los corazones y los sueños de los aficionados al béisbol, de Los Ángeles y de México.
¡Viva Fernando!
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