Un año con Ares en Oriente Medio

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Este lunes se cumple un año del inicio del conflicto en Gaza. El panorama no puede ser más desolador. Ares, el dios de la guerra según la mitología griega, se ha enseñoreado de Oriente Medio: Israel, Gaza, Cisjordania y, más recientemente, del Líbano. Los efectos se han hecho sentir, además, en Teherán con la eliminación de Ismail Haniyah, líder político de Hamás. En Damasco, contra líderes de la fuerza Quds de los Guardianes de la Revolución iraníes. En Beirut contra los mismos, contra el líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah, y la mayor parte de su cúpula dirigente. También sobre Yemen, su capital Saná y el puerto de Hodeida. Y en el resto del mundo de muy distinta forma, con manifestaciones y choques de violencia limitada en distintas capitales, condenando la acción de Israel y exigiendo un cese inmediato de las hostilidades.

Hasta la fecha, el balance de muertos y heridos es aterrador, más de 42.000 muertos y casi 100.000 heridos en Gaza (cifras del Ministerio de Salud de Hamás), más de 1700 muertos y un número indeterminado de heridos en Israel, y más de 2.000 muertos y heridos en el Líbano, por ahora. Si pensamos en infraestructuras, el 65% de las edificaciones de Gaza están destruidas y en el Líbano a buen seguro se incrementará el nivel de destrucción a medida que las campañas aérea y terrestre se prolonguen.

La invasión terrestre ha provocado, por ahora, el desplazamiento de un millón de libaneses hacia el norte y la evacuación parcial de nacionales de otros países residentes en el Líbano, como es el caso de España. La población civil está atrapada en Gaza, la crisis humanitaria es una realidad. En Líbano se está produciendo un desplazamiento de la población que huye del sur y del este hacia la capital e incluso a los estados vecinos como Siria (quién lo iba a decir); una crisis humanitaria está en ciernes sobre los desplazados en un país de poco más de 10.000 kilómetros cuadrados y 5,5 millones de habitantes. En Israel, la población próxima a la frontera norte fue evacuada, aproximadamente entre 60.000 y 70.000 personas se encuentran viviendo fuera de sus residencias habituales por el riesgo que suponen las acciones de Hezbolá.

Es este un conflicto que, aunque geográficamente se ha circunscrito a Oriente Medio, sus repercusiones han sido y siguen siendo percibidas a escala global. Se manifiestan en la política de bloques y sus distintas aproximaciones -reconocimiento del Estado palestino, solución de dos estados, futuro de Gaza, legitimidad de Hezbolá, viabilidad del Estado libanés, futuro de Irán…- y en aspectos tan dispares como los costes de la navegación por denegación de acceso a los grandes petroleros, gaseros (GNL) y portacontenedores al canal de Suez a través del mar Rojo, o el coste del petróleo y el gas, muy sensibles a la posible escalada del conflicto. Los mercados financieros y de materias primas están conteniendo el aliento por las consecuencias de la segura represalia de Israel al ataque de Irán con misiles balísticos del pasado 1 de octubre.

Son tantos los frentes abiertos y las noticias sobre ellos que corremos el riesgo de desenfocar el problema. El huevo de la serpiente es Irán y su régimen de los ayatolás. Más allá de la censura a la respuesta desproporcionada de Israel a los ataques que ha sufrido y sigue sufriendo, está quien genera, dirige y explota la inestabilidad en la zona con fines propios.

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Quien financió, adiestró y dirigió a Hamás para ejecutar la masacre del 7 de octubre de 2023; quien ordenó a Hezbolá que, desde el día siguiente, 8 de octubre, atacase incesantemente a Israel; quien impulsó a los hutíes a atentar contra barcos en tránsito por el mar Rojo y golfo de Adén y a atacar territorio israelí con drones y misiles iraníes; quien impulsa a las milicias proiraníes de Irak y Siria para que ataquen intereses norteamericanos en zona y territorio de Israel. Siempre Irán. Su última acción directa sobre Israel hay que leerla en clave de liderazgo del Eje de la Resistencia, además de como una afirmación frente a sus nacionales. Irán amenaza con la devastación de Israel si hay respuesta al ataque, ampliando la amenaza a todos aquellos que faciliten el sobrevuelo sobre su espacio aéreo a Israel.

También en el rezo del pasado viernes, Alí Jamenei, líder supremo de Irán, pidió la unión del mundo musulmán contra Israel, convocatoria más retórica y voluntarista que otra cosa dado el tradicional enfrentamiento entre suníes y chiíes en el seno del islam. No parece probable la unión de los musulmanes bajo el liderazgo de Irán dada la experiencia que tienen sus vecinos respecto a sus actos e intenciones.

La ambición de Irán de ser potencia regional hegemónica choca con la existencia misma de Israel. Además de los motivos de carácter religioso que se explotan, es la geopolítica la que mejor explica la animadversión secular de Irán desde la llegada al poder del ayatolá Jomeini y su nueva política de alineamientos fuera de la esfera de Estados Unidos y sus aliados.

Hay un tema que es quizá el más delicado en todo este conflicto ampliado. Irán persigue el arma nuclear de forma incansable. Israel no acepta a Irán como potencia nuclear porque infiere que su supervivencia como estado estaría en riesgo. Nadie quiere un conflicto abierto entre Irán e Israel, aunque este se produjese mayoritariamente en el dominio aéreo y ciber. Israel quiere garantías de que Irán no tendrá el arma nuclear, si no las consigue, tomará su propio camino y se abrirá un escenario impredecible en el que entrarían en juego otros actores de primer nivel. Se abriría un periodo de terror, destrucción y angustia que nadie quiere, pero que nadie parece capaz de evitar.

Es la hora de la diplomacia dura y, en su caso, del empleo de la fuerza proporcional y necesaria a los fines superiores que la comunidad internacional quiere lograr: paz, seguridad y estabilidad en toda la zona. Liderar una acción de esta envergadura requiere del acuerdo de las principales potencias o, al menos, la neutralidad de alguna de ellas si, finalmente, es la fuerza lo que hay que aplicar.

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