Envejecer es un proceso natural que conlleva cambios físicos y metabólicos que pueden afectar nuestros hábitos alimenticios. Después de los 50 años, es crucial prestar atención a nuestra dieta para mantener un peso saludable, evitar enfermedades y sentirnos con energía. A continuación, exploraremos 7 consejos prácticos que te ayudarán a adaptar tu alimentación y cuidar tu salud a largo plazo.
Entender los cambios metabólicos
A medida que envejecemos, nuestro metabolismo se ralentiza gradualmente. Esto se debe a que el proceso de renovación celular se vuelve más lento, lo que se traduce en un menor gasto energético. Además, los cambios hormonales, especialmente en las mujeres durante la menopausia, favorecen el almacenamiento de grasa, sobre todo a nivel abdominal. Por ello, es fundamental ser conscientes de estos cambios y ajustar nuestra ingesta calórica en consecuencia.
Priorizar una hidratación adecuada
Mantener una buena hidratación es clave para la salud de la piel y el bienestar general. Además del agua, las grasas vegetales también desempeñan un papel importante. Opta por aceites como el de nuez o colza para aderezar tus platos, y utiliza aceite de girasol u oliva para cocinar.
Controlar el colesterol y la función renal
Si padeces de hipercolesterolemia o tienes una insuficiencia renal leve, debes prestar especial atención a tu alimentación. Reduce el consumo de grasas saturadas (embutidos, mantequilla, carnes grasas, quesos) y grasas trans (bollería, galletas, pasteles). En su lugar, aumenta la ingesta de fibra a través de frutas, verduras, pan integral, arroz y legumbres. Además, modera el consumo de sal para cuidar tu función renal.
Afrontar el abandono del tabaco sin ganar peso
Dejar de fumar puede desencadenar problemas de ansiedad y compulsiones alimentarias. Para evitar subir de peso, es importante no saltar comidas y mantener una alimentación equilibrada. Una buena opción es incluir una merienda saludable, como 10-15 almendras y dos cuadrados de chocolate negro con al menos 70% de cacao. Complementa con magnesio y rhodiola, que ayudan a controlar los antojos.
Optar por un desayuno salado
Numerosos estudios han demostrado que un desayuno rico en proteínas, como huevos o jamón, ayuda a mantener la saciedad a lo largo del día. Opta por pan integral o de cereales, acompañado de queso, fruta y una bebida como té o café.
Diversificar las fuentes de proteínas
Puedes obtener un buen aporte proteico sin necesidad de consumir mucha carne. Los huevos, el pescado y los mariscos son excelentes alternativas. Si eres vegetariano, las legumbres son una fuente valiosa de proteínas vegetales. Procura variar entre lentejas, habas, guisantes partidos, alubias blancas o rojas, garbanzos y alubias verdes. El quinoa también es una opción completa en proteínas.
Depurar el hígado después de excesos
Para ayudar a tu hígado a recuperarse después de un período de excesos, comienza el día con medio limón exprimido en un vaso de agua. Toma también una ampolla de rábano negro y, durante el día, consume alcachofa. Complementa con desmodio, que ayuda a regenerar las células hepáticas. Además, es fundamental hidratarte abundantemente, bebiendo al menos 2 litros de agua o té a lo largo del día, y puedes añadir drenantes como la vid roja o el abedul.