Símbolo omnipresente de una ciudad, el transporte subterráneo recorre las entrañas urbanas uniendo a residentes y visitantes de todas las clases, edades, orígenes, colores, religiones, géneros, pasiones, humores, ideologías y posturas políticas.
El Metro de Nueva York es la red de transporte público más grande de América del Norte: el año pasado trasladó a 1,150 millones de pasajeros. En medio del caótico tráfico, es la forma más rápida y económica de moverse, pero viene cargada de sorpresas no siempre agradables.
Sus 472 estaciones subterráneas y aéreas con 28 líneas, más de 6,000 vagones, sobre 52 mil empleados y más de 800 millas de recorrido son un reflejo directo de la ciudad las 24 horas todos los días del año: moda, música, vocabulario, ratas, basura, crimen, lujuria, desnudez, ruido, artes plásticas, comida, bebidas, marihuana, anarquía, indigencia y las costumbres derivadas de la arrogancia típica neoyorquina, una urbe costosa y trepidante, donde todos andan apurados y claman tener derechos, pero pocos quieren asumir los deberes de la convivencia masiva civilizada.
Amado, odiado, anhelado y temido -los incidentes mortales no son infrecuentes–, el Metro de NYC cumple 120 años este 27 de octubre, siendo uno de los sistemas subterráneos más longevos del mundo. Además, es el hogar de cientos de personas en una metrópolis donde el costo de la vivienda es la mayor preocupación: el año pasado se estimó que unos 3,400 desamparados estaban morando en vagones y estaciones.
En mayo de 2021 el entonces gobernador Andrew Cuomo llegó a afirmar que el subterráneo no era seguro para niños, en medio de una prolongada “crisis de salud mental” en NYC. Desde entonces la situación no ha mejorado. La semana pasada la alcaldía de NYC anunció nuevas medidas para lidiar con los desamparados. Al mismo tiempo MTA enfrenta pérdidas millonarias por la cada vez mayor cifra de usuarios que acceden sin pagar al Metro y buses.
Muchos temen el regreso de los caóticos años 70s, con los vagones llenos de grafitis y violencia, cuando entrar al subterráneo de Nueva York era literalmente descender al infierno. Otros prefieren recordar esa época con la certeza de que todo puede mejorar cuando hay gerencia y liderazgo responsables, algo de lo que actualmente el aeropuerto LaGuardia (LGA) es el mejor ejemplo local.
Fotos: Andrés Correa Guatarasma
Nacido tras una nevada histórica
La idea de transportar pasajeros bajo tierra fue un concepto que, según Concetta Bencivenga, directora del Museo de Tránsito de Nueva York, tuvo algunos orígenes meteorológicos. “La razón por la que tenemos un Metro es porque hubo un huracán extraño, llamado el Gran Huracán Blanco de 1888. Fue una tormenta de nieve. Llegó en primavera y paralizó la ciudad? Ese fue el tipo de catalizador que nos hizo pensar que tal vez ir bajo tierra no era una mala idea”, recordó a CBS News.
Después de esa tormenta que dejó unos 400 muertos a lo largo de la costa este, en 1894 se aprobó un plan para la construcción del Metro y la construcción comenzó en 1900. La Interborough Rapid Transit Company (IRT), empresa ferroviaria privada, decidió asumir el monumental proyecto con la llegada del siglo XX.
Jodi Shapiro, curadora del Museo de Tránsito, afirma que las casas adosadas de Park Avenue comenzaron a moverse a medida que la IRT excavaba túneles por debajo, perforando a través de la roca madre, el mármol y el esquisto.
Cuatro años después, el 27 de octubre de 1904, el Metro de la ciudad de Nueva York abrió sus puertas al público con la misma promesa de hoy: trasladar a más personas en menos tiempo. El precio inicial para subir a bordo fue de cinco centavos de dólar ($0.05) y sólo ofrecía un único tramo de nueve millas desde el Ayuntamiento en el Bajo Manhattan hasta la calle 145 en Harlem. Ahora recorre los cinco distritos de la ciudad, casi en su totalidad.
La primera línea fue parte de lo que hoy equivale a los tramos 4/5/6 y 1/2/3, recuerda Shapiro. Poco a poco el Metro se fue extendiendo y evolucionando. Para viajar en vagones que circulaban en la primera mitad del siglo pasado con ventiladores de techo y asientos de mimbre sólo hay que subirse a los que la MTA pone a circular cada diciembre como tradición navideña en su programa “Holiday Nostalgia Train”.
En la actualidad el pasaje cuesta $2.90 dólares y sólo hay un plan activo de expansión: llevar la línea Q desde 96th St hasta 125th St, en el Upper East Side de Manhattan.
Imperfecto, siempre es posible mejorar, porque el Metro de Nueva York es un constante milagro de logística e ingeniería. De resto, día y noche, la calidad del viaje depende por encima de todo del comportamiento de sus usuarios.